Publio Cornelio Tácito (ca. 55-120) fue un historiador y político romano de finales de siglo I y principios del II d.C., cuyas obras sobre los primeros emperadores han moldeado nuestra percepción actual del Imperio y la familia imperial. Nació en el seno de una familia acaudalada, aunque no noble. Su padre le envió de joven a estudiar a Roma, donde se educó en el arte de la retórica. Durante su juventud, Tácito presenció los últimos años del reinado de Nerón, su caída y la guerra civil que le sucedió, hechos que le marcaron profundamente.

Con la llegada de la nueva dinastía Flavia (Vespasiano, Tito y Domiciano), la carrera política de Tácito despegó y se benefició enormemente de su apoyo. Tanto es así, que incluso lo menciona en una de sus obras: “no negaré que mi privilegiada situación comenzó con Vespasiano, la aumentó Tito y llegó al máximo con Domiciano”. Pasó por todas las magistraturas romanas hasta finalmente llegar al consulado en 97, y fue por aquel entonces cuando comenzó su esfuerzo literario.
Debido a que Tácito había sido un gran beneficiado de la dinastía Flavia, cuando esta cayó y llegaron los Antoninos (Nerva y Trajano especialmente), la carrera política de Tácito se vio perjudicada. Con el objetivo de congraciarse con el nuevo régimen, Tácito comenzó a escribir obras que criticaban veladamente la tiranía de Domiciano, el último de los Flavios. Su primera obra era una biografía de su suegro, Agrícola, quien tras disfrutar de una carrera militar exitosa fue apartado de la política por Domiciano. En esta primera obra Tácito comenzaba sus críticas hacia la tiranía de los emperadores.

Su siguiente obra fue Germania, en la que Tácito estudiaba las costumbres de los germanos, un pueblo que provocaba gran interés entre los romanos. Esta obra, no obstante, no es un simple ejercicio etnológico, sino que es también y sobre todo una crítica a Domiciano, puesto que el emperador había afirmado que su campaña contra los germanos los había subyugado, y Tácito argumenta que estos seguían siendo libres.
A pesar de sus esfuerzos, la carrera política de Tácito siguió estancada unos años más, que aprovechó para escribir su segunda obra más importante: las Historiae. Esta obra trata los hechos que sucedieron tras la muerte de Nerón en 68, la guerra civil de 69 en la que 4 emperadores fueron coronados, y la victoria final de Vespasiano (69-79). En ella, Tácito muestra la actitud pesimista y crítica que tenía hacia el sistema imperial, en el que lo normal era el vicio y donde destaca la dificultad de actuar noblemente en un sistema tiránico. Los personajes suelen ser débiles, avaros y cobardes; pocos son descritos como ejemplos de virtud.
Finalmente, Tácito logró congraciarse con Trajano y en 113 fue nombrado gobernador de la provincia de Asia (actual Turquía). Tras su regreso, escribió su magnum opus, los Annales. Esta obra se centra en la dinastía Julio-Claudia desde la muerte de Augusto en 14, pasando por los reinados de Tiberio (14-37), Calígula (37-41, cuyos libros se han perdido), Claudio (41-54) y finalmente Nerón (54-68).

Los Annales destacan por su crítica hacia la decadencia de la élite senatorial y a las pasiones y vicios de la familia imperial. Aunque Tácito deja claro que el nuevo sistema despótico es necesario para mantener la paz, critica vehementemente a los emperadores débiles o moralmente corruptos como Tiberio o Nerón. De esta obra también surgen las historias más conocidas de la familia imperial, como es la descripción de Livia como una mujer malvada y maquinadora, que está dispuesta a cualquier cosa para lograr que su hijo reine el imperio tras Augusto. Aunque Tácito nunca acusa directamente a Livia, deja entrever que existen rumores de que la malvada «madrastra» fue la responsable de las muertes sospechosas de algunos herederos de Augusto.

Otra historia que debemos en gran medida a Tácito es la de la mujer del emperador Claudio, Mesalina. Tácito describe a Claudio como un emperador débil y estúpido, que no se entera de lo que sucede en su propio palacio. Mientras tanto, Mesalina es una mujer voraz, que engaña a su esposo con multitud de hombres, llegando incluso a apostar con la prostituta más famosa de Roma y venciéndola en un concurso sexual.
Como podemos ver, el juicio hacia las mujeres en Tácito es algo común. Pero no debemos simplemente asumir que Tácito era un misógino (que algo tendría), sino que con su crítica hacia la mujer imperial lo que está haciendo es censurar a su marido o a su hijo, que son indirectamente descritos como débiles y cobardes, o simplemente estúpidos. Así, la crítica hacia Livia realmente lo es hacia Tiberio, Mesalina es un síntoma de la debilidad de Claudio, y Agripina la Menor de la de Nerón.

En conclusión, Tácito es el gran responsable de la visión moderna que tenemos del régimen imperial: podrido de decadencia moral, en el que los emperadores y sus mujeres están más preocupados por los placeres carnales y el lujo desenfrenado que por el buen gobierno de Roma. No obstante, no existía alternativa, pues solo el Imperio era capaz de mantener Roma en paz, y eso generó un gran pesimismo en Tácito, que es claramente visible en su obra. A su muerte, Tácito se había convertido en uno de los grandes historiadores romanos del imperio, y la historiografía moderna no ha hecho más que confirmarlo.