Atila, rey de los hunos, es conocido como uno de los personajes más indómitos y aterradores de la Historia, siendo referido como el “azote de Dios”, aunque no suele ser relacionado como el «causante» de la fundación de Venecia, una de las ciudades más boyantes y dinámicas que haya existido.
Avaricioso e implacable, pero también ambicioso y perspicaz, Atila fue un personaje mucho más complejo y culto de lo que popularmente se cree. El rey huno sabía hablar y escribir en latín, disfrutaba de la poesía y era un hábil gobernante que compartiría inicialmente el trono huno con su hermano Bleda. Muerto este último en un accidente de caza en el 444, poniendo fin a diez años de gobierno compartido, los romanos difundirían el rumor de que Atila había sido el responsable de que Bleda desapareciera de escena, y así asumir el mando único.
Esta y otras muchas difamaciones tendrían su origen en que las campañas militares del huno animasen a que los literatos romanos construyesen una imagen leyenda-negrista alrededor de él, y sobre la que se construye nuestra percepción moderna.

La horda que Atila lideraba no estaba únicamente compuesta por hunos, originarios de las estepas mongolas, sino que estos eran una minoría dominante entre las partidas de otros pueblos bárbaros absorbidos, como los ostrogodos, los gépidos o los alanos. Cerca de 700.000 personas integraban la horda, de la que alrededor de 70.000 eran guerreros.
Pese a su carácter nómada, a medida que la horda se había ido aproximando a los limes romanos y a los pueblos germánicos periféricos a estos, su avance se fue ralentizando, hasta llegar a asentar una capital en Atzelburg (ubicada en la actual Hungría). Más allá de ser una rudimentaria población, que indicaba un creciente nivel de sedentarización, era a ella a donde acudían embajadas y emisarios de los césares romanos, algo impensable siglos atrás.

Los gloriosos días de Roma eran un recuerdo del pasado. En tiempos de Atila, el Imperio ya había sido escindido en dos partes, Occidente y Oriente, con un emperador y una capital en cada una de ellas. Incluso Roma, la Ciudad Eterna, había sido relegada a una urbe de segunda categoría, cuando a finales del siglo III se trasladó la capital de Occidente a Milán, para posteriormente recalar en Rávena. Por su proximidad geográfica con el dominio de Atzelburg, el Imperio romano de Oriente fue la primera víctima de la coacción de Atila.
Ya obligada Constantinopla a pagar un sustancioso tributo a los hunos desde los tiempos de su predecesor en el trono, amenazada de sufrir incursiones y saqueos en el supuesto de no cumplir, Atila impuso unas condiciones irrealizables. El consiguiente rechazo romano le brindó el pretexto para emprender la guerra en el 447.

Los campos y las poblaciones situados en su avance fueron arrasados. Constantinopla se salvó por sus murallas. La campaña huna provocaría un profundo terror entre los romanos, quienes se apresurarían a triplicar el tributo que ya entregaban.
Pese a la destrucción y al pánico provocados, la ascensión al trono oriental de un general de resuelta y firme determinación, Marciano, marcaría un cambio de actitud en las relaciones con los hunos. Debiendo enfrentar una mayor resistencia ante la amenaza de nuevos ataques, y siendo sobornado por los propios magistrados imperiales para que buscara otras tierras que explotar, Atila fijó su atención en el hermano de su reciente presa: el Imperio de Occidente.
La primera acometida cruzaría el Rin en el 451 y atravesaría la Galia en una vorágine de pillaje y devastación, siendo detenida por una coalición visigoda y romana en la batalla de los Campos Cataláunicos. Repelida la invasión, la partida huna se replegaría para lamerse las heridas, retomando el ataque un año más tarde.
En esta ocasión, se desquitaría contra la propia Italia. Penetrando desde el noreste, ningún ejército imperial haría aparición para detener su avance. Las ciudades capitulaban por temor a sufrir un duro castigo en el caso de oponer resistencia. Solo una reunió el coraje para cerrar sus puertas: Aquilea.

Ubicada en la costa del mar Adriático, Aquilea se había consolidado como una pujante urbe comercial, además de ser referida como “fortaleza virgen”, dado que ostentaba el hito de que ningún ejército atacante había conseguido tomarla con anterioridad. Sus defensores lograrían resistir durante tres meses y como castigo por su lucha, cuando la ciudad fue finalmente tomada, no quedó de ella piedra sobre piedra. La poca gente que consiguió escapar de la masacre se refugiaría al oeste, adentrándose en las lagunas pantanosas de la costa.
Según el relato tradicional, junto a otras personas huidas de la llanura véneta, conformarían el núcleo original de la ciudad de Venecia. Esta escaparía en el futuro la suerte de ser asolada gracias a su construcción en una ubicación a la que no se podía acceder por tierra. A su vez, dicha condición obligaría a que los venecianos debieran desarrollar una activa pericia comercial que les proveyera de los recursos primarios que carecían y, simultáneamente, dotara de una fuente de ingresos al naciente asentamiento.

En lo que respecta a Atila, que prosiguiendo su campaña por el norte y estando Italia a su completa merced, decidió no avanzar sobre Roma. Los motivos que se discuten son varios y merecen ser abordados en otro artículo. Sea como fuere, el rey huno se retiraría. En el año 453 contraería matrimonio con una joven italiana tomada como cautiva en sus campañas, siendo encontrado muerto a la mañana siguiente del banquete nupcial.
Su breve imperio no le sobreviviría a su muerte, viéndose desintegrado en los años siguientes por las luchas internas entre sus numerosos vástagos y la secesión de los pueblos bárbaros dominados. No obstante, de manera involuntaria Atila conseguiría dejar una huella de perdurabilidad para la Historia en la ciudad de Venecia, siendo la “causa eficiente” de su fundación, que, con el paso de los siglos lograría alcanzar la independencia y consolidarse como una próspera potencia comercial en el Mediterráneo.