El mito de la batalla de las Termópilas

El imaginario colectivo tiene una percepción más bien distorsionada de lo que fue la batalla de las Termópilas. Al parecer, los famosos 300 espartanos se enfrentaron a cuatrocientos trillones de persas, vestidos con un taparrabos y una capa, tableta aceitada y al aire, y donde estuvieron a punto de vencer al malvado y salvaje invasor oriental. Pues bien, para sorpresa de algunos, esto no fue así exactamente.

Cuando en 480 a.C. el rey persa Jerjes I (que no era un señor de 2.5 metros, calvo y que viajaba semidesnudo) avanzaba sobre las ciudades estado griegas, Esparta se encontraba en medio de un festival religioso, por lo que no podían mandar al grueso de su ejército a luchar. El rey Leónidas (que tenía unos 60 años, no 35), llevó a su guardia personal, a enfrentarse a los persas para intentar frenar su avance. Pero, a pesar de lo que podamos creer, el total de las fuerzas griegas era alrededor de unos 7.000 soldados (espartanos + aliados).

Jerjes I

Los griegos sabían que los persas les superaban en número. Pero no. Los persas no eran 2,6 millones de soldados como dice Heródoto. Su número era enormemente grande, alrededor de los 150.000, pero no nos flipemos. Como los persas eran tantísimos, y los griegos tan pocos, los espartanos y sus aliados decidieron utilizar las Termópilas como campo de batalla, pues su estrechez eliminaba la ventaja numérica de los persas.

Los espartanos no iban en pelotas a la guerra, que hay cosas que pinchan.

Además, los griegos también luchaban en el mar, liderados por los atenienses, en el estrecho de Artemisio. El objetivo era frenar a los persas y esperar a que la imposibilidad de la logística hiciese que los invasores se tuviesen que retirar. Todo lo que tenían que hacer era aguantar.

Y si lo pensamos bien, los espartanos fracasaron estrepitosamente. Sabían de la existencia de un paso que rodeaba su posición, y pusieron a un contingente ahí para defenderlo. Pero solo aguantaron tres días antes de que los persas les rodeasen y masacrasen a todos. Aun así, la leyenda sobrevive, y la placa conmemorativa que existe en el lugar ha logrado poner los pelos de punta a generaciones enteras:

“Cuenta a los Lacedemonios, viajero, que, cumpliendo sus órdenes, aquí yacemos”

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