Manuela Malasaña

(1791-1808)

Uno de los símbolos de los levantamientos del dos de mayo. Con el Tratado de Fontainebleu, Carlos IV y Godoy permitieron el paso de las tropas francesas por la Península Ibérica, puesto que supuestamente pretendían ocupar Portugal. No obstante, aprovecharon la aparente incapacidad del monarca y se apoderaron de la Península al completo, llegando a tomar Madrid.

La situación en la capital se volvió realmente tensa, y los conflictos eran diarios. La mecha se prendió el 2 de mayo de 1808, cuando el pueblo madrileño se levantó en armas contra los franceses para evitar la salida de quienes quedaban de la Familia Real en el Palacio de Oriente. Los combates en las calles se prolongaron toda la jornada, emergiendo entre ellos héroes que pasaron a la historia por su valentía, como Daoíz, Valverde o Malasaña.

Mujer humilde y de gran valentía, Manuela se convirtió en el símbolo de la gallardía de las clases populares madrileñas que se enfrentaron al invasor francés. La figura de «Manolita» se mueve entre la leyenda popular y la realidad, e incluso su historia cuenta con dos versiones.

Manuela Malasaña muerta a manos de las tropas francesas

La primera de ellas sitúa a la joven junto a su padre, Juan Malasaña, defendiendo juntos el cuartel de Monteleón el mismo 2 de mayo. La resistencia fue inútil y tanto Manuela como su padre perecieron a manos de las tropas invasoras.

La segunda versión afirma que el 3 de mayo, de vuelta a casa, unos franceses interceptaron a Manuela. Ésta, en defensa propia sacó unas tijeras de costura y atacó a los soldados. Fue condenada a muerte en el acto, y humillada en plena calle.

Independientemente de la versión, historia o leyenda, ha pasado al imaginario colectivo madrileño como símbolo del valor y coraje del pueblo de Madrid. La difusión de su relato contó con gran éxito, llegando incluso a poner nombre a un conocidísimo barrio de la capital: Malasaña.

Leovigildo

(519-586)

Considerado por varios historiadores como el restaurador del Reino Godo de Toledo, Leovigildo asumió la corona hispana en el 571 y la ejerció durante 15 años. Su trayectoria y la de sus dos hijos, Hermenegildo y Recaredo, marcarán la historia de España desde sus cimientos.

Perteneciente a una familia visigoda importante, con apoyos en Septimania y Narbonense, consiguió grandes victorias militares contra los bizantinos asentados en Spania.

Contrajo segundas nupcias con Gosvinta, viuda de Atanagildo, anterior rey visigodo de Toledo. En tal ciudad estableció este Rey su Corte y, gracias a su unión con la reina consorte, obtuvo el apoyo de personajes importantes de la época.

Hizo de su misión terminar con las insurrecciones independentistas de godos que habían logrado escabullirse del dominio suevo y bizantino para, inmediatamente, enfrentarse contra estos dos grandes contingentes. Fue este éxito militar el que le granjeó el apoyo de numerosos fieles y gracias al cual consiguió restaurar la monarquía goda con sede en Toledo.

Su reino se vio ampliado en el 573 debido a la muerte de su hermano Liuva, cuyos territorios asumió como propios, y esto multiplicó su área de influencia, pero también sus preocupaciones. Además, su reinado no estuvo solamente plagado de victorias, puesto que en el 579 tuvo un gran enfrentamiento con su hijo Hermenegildo.

Esta disputa tiene una base religiosa, pues la monarquía Visigoda practicaba el arrianismo, una suerte de cristianismo que renegaba de Jesucristo como Mesías, pero sus súbditos hispanos practicaban el Catolicismo, que estaba muy arraigado en la sociedad.

De esta forma, padre e hijo se enfrentaron. Hermenegildo contó con el respaldo de numerosas fuerzas, y obligó a su padre a realizar sendas operaciones de rearme político y religioso antes de enfrentarse en el campo de batalla contra su propio hijo.

Leovigildo trató de salvar su propio reino a través de una política religiosa que pretendía conservar el arrianismo como religión propia y característica de su monarquía.

Finalmente, Hermenegildo murió asesinado -sin culpable declarado, aunque con claras sospechas hacia su hermano Recaredo- en el 582, meses después de haberse enfrentado con su padre en el campo de batalla.

Al final de su reinado, Leovigildo contó con la ayuda de su hijo Recaredo para resolver todas las consecuencias de la disputa religiosa del reino.

El rey murió en el 586, habiendo instaurado una monarquía goda más fuerte, centralizada y coherente de la historia hasta ese momento, y que daría pie a todo el resto de nuestra historia. Sin embargo, lo que no sabía Leovigildo al fallecer, es que todos sus esfuerzos por no sucumbir al Catolicismo serían en vano, pues su heredero, Recaredo, se convirtió a tal religión tan solo unos meses después del fallecimiento de su padre.

Recaredo

En el 589 firmó Recaredo el III Concilio de Toledo, que reconocía la confesión Católica del Reino Visigodo de Toledo, y que se convertiría en el elemento más definitorio de la naturaleza hispana y de nuestra historia.

Felipe I, el Hermoso

Brujas (Bélgica) 1478 – Burgos 1506

Nació en Brujas, primogénito del Emperador Maximiliano. En 1494 inauguró un nuevo reinado, entrando en Lovaina como duque de Bragante. Se convirtió en «príncipe natural» y garante de la independencia de los Países Bajos.

El 5 de noviembre de 1485 la vida de Felipe tomó un camino que marcaría el resto de sus días y es que, los Reyes Católicos y Maximiliano, acordaron el doble matrimonio de Juan y Juana (hijos de los Reyes Católicos), y de Felipe y su hermana Margarita, que se materializó en el mismo noviembre en Malinas.

El 19 de octubre de 1496 se produjo el primer encuentro entre Felipe y Juana en Lierre. La alegría inicial dio paso, en apenas unos meses, a una convivencia deteriorada, consecuencia de su francofilia, sus ansias por el control de la Corona Castellana y sus múltiples escarceos amorosos.

Con la muerte de Miguel de Portugal ese mismo año, el archiduque Felipe se convirtió en heredero de los Reinos de España y Portugal. Así, decidió entonces marchar a sus recién heredados dominios, en un trayecto en el que no dudó en rendir pleitesía al rey francés, una humillación a la cual Juana se negó.

En las Cortes de Toledo de 1502, Juana y Felipe fueron jurados como Príncipes herederos. El 26 de noviembre de 1504 moría en Medina Isabel la Católica, acontecimiento que daba a Felipe manga ancha para el control de Castilla y su acercamiento a Francia. Felipe, que recibió tal noticia en Países Bajos, emprendió el camino de vuelta a Castilla. Sus diferencias con Fernando el Católico eran más que evidentes, y comenzó a maniobrar en su contra.

Felipe I y Juana I de Castilla

Tales diferencias quedaron resueltas, al menos sobre el papel, en la Concordia de Villafáfila. Sin embargo, siguieron yerno y suegro en pie de guerra.

En aquel momento comenzó una considerable reforma en la Administración del Reino, cada vez más ahogado por crisis de todo tipo, especialmente económicas.

El 16 de septiembre de 1506, salió Felipe a montar su caballo para después jugar a la pelota con un capitán de su guardia. Tras el partido, según cuentan las crónicas, bebió agua fría, y en los días próximos lo acometió una enfermedad que rápidamente desembocó en trastornos físicos -una situación difícilmente consecuencia de un vaso de agua fría-.

El 25 de septiembre falleció, consecuencia de su inexplicable enfermedad, librando a Castilla de un rey más amigo de los franceses que de los castellanos, y dando inicio al reinado de un futuro emperador, Carlos I.

Doña Juana la Loca – Francisco Pradilla

Maestro Mateo

Siglos XII-XIII

Se desconoce el origen y formación del arquitecto y escultor anterior a su llegada a Santiago de Compostela. Algunos autores del siglo XVIII ubican sus comienzos en Lugo, aunque son solo hipótesis.

A pesar de no conocer sus años de aprendizaje, su obra lo revela como conocedor del arte románico y el primer gótico, del arte italiano y también del arte bizantino.

Su obra más conocida es el Pórtico de la Gloria, en la Catedral de Santiago, donde se identifica al misterioso artista como «magister Matheus». El documento en que se le otorga el cargo de superintendente de las obras data de 1168, y este la otorgó una pensión de 100 maravedíes anuales.

Cuando tomó el mando de las obras se estaba concluyendo la campaña de cerramiento occidental de la Catedral. Para salvar el desnivel, el arquitecto construyó una cripta con tratamiento monumental, en la que empleó bóvedas de crucería, uno de los primeros ecos góticos en España. Justo encima de la cripta erigió su Pórtico, cuyo programa iconográfico cuidó hasta el extremo y llenó de figuras, símbolos y demás elementos de evangelización.

El Maestro Mateo esboza los primeros rasgos de naturalismo, resumidos en una de las sonrisas más características de la Historia del Arte; la del Profeta Daniel.

Profeta Daniel – Pórtico de la Gloria

La tradición ha vinculado a Mateo con la escultura arrodillada en el pilar central del Pórtico, el conocido como «Santo dos Croques». Construyó también una sillería de piedra entorno al año 1200, que fue destruída en 1603 para la construcción de una sillería de piedra.

Santo dos Croques

Además al taller del Maestro se le atribuyen los yacentes del Panteón Real y la escultura de Santiago en el altar mayor de la Catedral, la última gran obra del artista.

Del final de la vida del Maestro sabemos lo mismo que del comienzo: nada o casi nada. No obstante, su obra es testimonio de que en el Siglo XII nació y vivió un verdadero artista que se adelantó a su tiempo para crear Arte con mayúsculas.

Juan de Sessa (Juan Latino)

Etiopía 1518 (?) – Granada, 1594-1597

Hijo de una esclava negra, Juan de Sessa terminó por convertirse en un destacado humanista, latinista y filólogo en España. 

Llegó de niño a la casa del Duque de Sessa (de quien toma su apellido), que fue designado como sucesor del Gran Capitán. Debido a su infancia en esta casa, así como su amistad con el hijo del Duque, Juan pudo acceder a una buenísima educación, destacando pronto como pupilo, por lo que le permitieron incluso ingresar en la Universidad y obtener el grado de bachiller. 

Gracias a su valía, desde ese momento se dedicó al mundo de la docencia, consagrándose primeramente como regente de la Gramática cada por el arzobispo Pedro Guerrero, amigo y promotor de su educación. 

En 1556, debido a una vacante, pudo acceder a la Catedral, donde continuó su formación, que se consagró con la obtención de una licenciatura y posterior doctorado en Artes. Su valía y empeño le sirvieron para granjearse una reputación entre los personajes más cultos y destacados de la época en la ciudad granadina. 

Trabó amistad con grandes figuras poéticas y literarias de la época, entre las que se encuentra Juan De la Cruz, con quien compartió numerosas tertulias. 

Pese a su dedicación a la docencia, podríamos decir que su primer amor era la gramática y, como tal, destacó como traductor y comentarista de textos clásicos grecolatinos. Pero no solo eso, sino que desarrolló asimismo su faceta literaria como creador, dedicando varias de sus obras a grandes personajes como Felpe II o Juan de Austria. 

Su sobrenombre de “latino” viene motivado por su profundo conocimiento de la lengua, a cuyo estudio dedicó gran parte de su vida. Además, fue uno de los grandes promotores de la lengua castellana, como anteriormente lo había sido Antonio de Nebrija. 

Se desposó con la noble Ana de Carleval, con quien tuvo una hija llamada Juana. Por tal enlace decidió el duque de Sessa manumitirle, llegando a otorgarle incluso una nada desdeñable dote. 

(La imagen utilizada como referencia no se corresponde con Juan de Sessa. Se trata de una obra de Jan Mostaert que utilizamos meramente como recurso audiovisual por falta de efigies del etíope)

Carlos de Haes

Nació en Bruselas el 27 de enero de 1826 en el seno de una familia dedicada al comercio y las finanzas. Una crisis económica llevó a su familia a trasladarse a Málaga en 1835.

En Málaga, el joven Carlos comenzó a asistir a clases de dibujo, y allí vivió hasta los 24 años, cuando decidió volver a Bélgica para buscar un nuevo horizonte artístico.

En Bélgica entró en contacto con la pintura paisajista al estilo tradicional de los Países Bajos, y participó en exposiciones en Amberes, Ámsterdam y Bruselas.

La Canal de Mancorbo en los Picos de Europa

A finales de 1855 estaba de vuelta en España, y concurrió a la Exposición Nacional de 1856 con las obras que había realizado durante sus cinco años belgas. Fue galardonado con la Tercera Medalla y el reconocimiento público, que unido a la buena acogida de la crítica, le abrieron un nuevo horizonte profesional.

Con la muerte de Fernando Ferrant quedó una plaza vacante como profesor titular de la cátedra de Paisaje de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Tras superar ampliamente diversas pruebas y tras la presentación de «Paisaje de la Ribera del Manzanares» obtuvo el puesto.

Paisaje de la Ribera del Manzanares

Su desempeño como profesor fue clave para el desarrollo de la escuela paisajística española del Siglo XIX. Algunos de los integrantes de su extensa lista de alumnos fueron Darío de Regoyos, Aureliano de Beruete, Juan Espina, José Franco Cordero, Emilio Ocón o Manuel Ramos Artal.

Fue muy importante su amistad con Federico de Madrazo, quien lo introdujo en los ambientes profesionales madrileños. Además cosechó importantes éxitos en las Exposiciones Nacionales.

El punto álgido de su labor didáctica fue su elección como académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1860. Dos años después recibió la Encomienda de la Orden de Carlos III y de la Orden de Isabel la Católica.

En las campañas veraniegas se dedicó a viajar por España y el resto de Europa, lo que dio origen a un cuantioso repertorio de estudios al óleo, dibujos y grabados de la naturaleza en toda su diversidad. La mayoría de sus viajes los hizo junto a su compañero Jaime Morera.

Playa de Lequeitio, Atalaya

Por motivos de salud tuvo que detener su actividad pictórica y centrarse en su actividad docente, y en 1892 redactó un nuevo programa de estudio del paisaje. En el curso 1894-1895 dio por finalizada su labor como docente y abandonó la Academia.

A pesar de su estado de salud, siguió viajando con la compañía de Morera. Haes murió en Madrid el 17 de junio de 1898. Dejó un legado paisajístico de valor incalculable, con una extensísima producción y un sinfín de discípulos que recibieron la mejor de las preparaciones como artistas.

Introducción a Murillo

En una España económicamente arruinada, políticamente inestable y asolada por problemas sociales, emergió como un ave fénix el arte de un maestro cuya misión fue la de moldear la realidad hacia formas más suaves, más amables, más infantiles. En definitiva, esperanzadoras.

Bartolomé Esteban Murillo nació en Sevilla en 1617 en el seno de una familia acomodada, siendo el menor de 14 hermanos. Su vida se vio truncada desde joven al asistir al fallecimiento consecutivo de sus padres, en 1627 y 1628, dejándolo en la orfandad y a merced de su hermana Ana y el marido de ésta, quienes le proporcionaron una buena vida.

Su vida se vio marcada por la situación que le tocó vivir y así, España estaba sufriendo un momento de decaimiento a todos los niveles que dejó a la mayoría de su población en una situación de desamparo. Además, Sevilla se vio asolada por una peste, que mermó la población a la mitad.

Es por esto que la Iglesia y otros sectores pudientes (como mercaderes o artesanos) decidieron profesar la Caridad y ayudar a sus conciudadanos a salir adelante. Esta Caridad adoptó muchas formas, y una de ellas fue erigirse como catalizador de un proceso de creación artística muy centrado en lo religioso.

San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres

En este momento se va formando la maestría de Murillo, en cuyas figuras celestiales, compasivas y acogedoras, la gente encontraba un refugio reservado en exclusiva a la religiosidad, donde personajes divinos eran portadores de esperanza y calma. Su formación artística comenzó de la mano de Juan del Castillo, artista de poco renombre pero familiar cercano, que lo formó en el arte de transmitir afabilidad y expresividad en sus personajes.

Fue de los pocos artistas a lo largo de la historia que pudo vivir de su obra, pues gozó de prestigio y reconocimiento a lo largo de su vida y no tan solo a posteriori. Y es que el hispalense, gracias a este reconocimiento promovió la creación, en 1660 de una academia de pintura donde instruir a jóvenes artistas.

La Inmaculada del Escorial

En cuanto a su formación, si bien no abandonó por mucho tiempo su amada ciudad, realizó pequeños viajes, entre ellos a la Corte madrileña, donde se puso en contacto con artistas de la talla de Velázquez y Zurbarán, de quienes aprendió diversos elementos como la fuerza y solemnidad de sus figuras.

Su evolución pictórica se califica en tres periodos; «frío», «cálido» y «vaporoso», si bien todos ellos reflejan el patrón misericordioso y amable de sus personajes. Capaz de humanizar a sus pinturas debido a su cariz de perfecto observador de la vida cotidiana, tomó como modelo a sus conciudadanos. En ellos veía misericordia y caridad, lo que reflejó en figuras afables y comprensivas en lugar de una religiosidad ortodoxa preponderante hasta el cambio artístico de ese momento materializado en el Barroco.

Destaca su innovación a la hora de transformar escenas costumbristas en escenas religiosas, y es que casi todas sus obras estaban inspiradas por escenas cotidianas. Encontramos a los niños como protagonistas de muchas de ellas, pues despertaban un sentido de protección y familiaridad entre los espectadores.

La Sagrada Familia del Pajarito

Lo más destacable del autor es, que pese a la miseria imperante en su tiempo, fue capaz de proponer una religiosidad vitalista, donde sus cuadros irradiaban esperanza y bondad, además de un optimismo contagioso.

Casi toda su obra tuvo lugar en su ciudad, llevando a cabo proyectos para la iglesia de Santa María la Blanca o la decoración de la Sala Capitular de la Catedral de Sevilla, aunque su culminación se produjo al decorar enteramente la Iglesia de los Capuchinos, también en Sevilla.

Desgraciadamente, sufrimos varios expolios de sus obras; el primero producto de la situación económica debilitada, que llegó a su fin gracias al Ministro Floridablanca y, sobre todo, a la monarca consorte Isabel de Farnesio, y otro posterior con el Mariscal Soult en la invasión napoleónica, que quiso crear un museo napoleónico con muestras de todo el mundo. Algunos de sus cuadros se recuperaron, pero casi todos fueron posteriormente vendidos por los herederos del Mariscal, y hoy se encuentran en la sala de Pinturas Españolas del Louvre.

En 1882 podemos decir que la fama del pintor llega a su punto álgido, declarándosele el más popular de los pintores españoles. Pese a que hoy le han ganado terreno otros maestros de talla mundial (El Greco, Ribera, Velázquez) Murillo sigue siendo ese lienzo amable al que agarrarnos cuando todo va mal, ese modesto óleo con el que conmovernos y esa cara de niño con la que sonreírnos.

Un minuto del Conde-Duque de Olivares

Roma, 1587 – Toro 1645.

Hijo de Enrique de Guzmán, II conde de Olivares y embajador en la Santa Sede, y María Pimentel de Fonseca, hija del IV conde de Monterrey. 

Debería haber seguido la carrera eclesiástica, pero la muerte de sus hermanos mayores truncó su camino al quedar como único heredero de los títulos de su familia.
Se crió en Italia, y llegó a Sevilla en 1599. Dos años después, se instaló en Salamanca, donde estudió Derecho Canónico. 
Ostentó el cargo de consejero de Estado del rey Felipe III, convirtiéndose así en el III conde de Olivares en 1607. Fue ganando influencia y poder dentro de la Corte aprovechándose del declive del duque de Lerma. 

Ya con Felipe IV en el trono, fue nombrado consejero de Estado en 1622. Tres años más tarde, en vista de sus cargos como conde de Olivares, duque Sanlúcar la Mayor y duque de Medina de las Torres, se le empezó a tratar como “el Conde-Duque”.

Su principal objetivo estribaba en convertir a Felipe IV en el monarca más poderoso del planeta, para lo cual entregó al rey la “Instrucción secreta”, un informe en el que le recomendaba cómo gobernar siguiendo el ejemplo de su abuelo, Felipe II. Trató de implementar desde 1625 una “Unión de Armas”, un sistema de cuotas por el que los distintos territorios de la Monarquía debían proporcionar una cantidad fija de hombres con los que crear un ejército de cuarenta mil efectivos, que estaría disponible para defender cualquier espacio dominado por el rey

Conde-Duque de Olivares a caballo por Diego Velázquez

El desempeño español en las guerras exteriores para obtener reputación internacional ocasionaba unos costes que impedían implantar más propuestas del conde-duque. A pesar de la rendición holandesa en Breda en 1625, el error que supuso intervenir en la sucesión de Mantua por el control del norte de Italia tensó temporalmente las relaciones entre Felipe IV y su estimado valido. Aun así, Olivares pudo inaugurar el Palacio Real del Buen Retiro para ofrecer descanso al monarca, y su papel en la guerra con Francia resultó fundamental: en 1638 el conde-duque fue el artífice de la liberación de la fortaleza de Fuenterrabía, con lo que volvió a ganar el favor del rey. 

Dada la proximidad de Loeches con Madrid y la incesante crítica hacia su persona, Gaspar fue obligado a trasladarse a Toro, en Zamora, donde moriría en estado de demencia el 22 de julio de 1645. 

Pocos años más adelante, Olivares sufrió un durísimo revés. En su intento de convencer a las Cortes de Cataluña para establecer una verdadera Unión de Armas, la respuesta obtenida fue una fuerte rebelión en estos territorios a la que acompañó un golpe de Estado en Lisboa por la que el duque de Braganza se proclamó rey de Portugal

Sin olvidar su mala reputación por su ambición excesiva y consecuente contribución a la caída del imperio español, los historiadores más actuales no dejan de enmarcar al conde-duque de Olivares como un poderosísimo estadista con una interesante visión de futuro. 

Un minuto de la Batalla de Maratón

Esta batalla se enclaustra dentro de la Primera Guerra Médica, y supuso el primero de los tres reveses hacia los persas por parte de los griegos, que no se dejarían someter. 

Desde el año 493 a.C. Darío I se propone expandir su Imperio y someter a otros pueblos. Es así como en el año 491 a.C. Darío envía a representantes de su Imperio a exigir a la Hélade la sumisión y pago de tributos. Consigue su propósito en prácticamente toda la península del Peloponeso a excepción de Atenas y Esparta. 

Darío envió entonces un contingente militar que pretendía someter a las polis rebeldes, todo ello propiciado por un traidor griego de nombre Hipias. Fue gracias a su consejo que Darío supo cuál era el momento propicio para atacar, puesto que Esparta estaba celebrando la Carneia (una festividad de nueve días de duración en la cual los espartanos tenían la prohibición sagrada de levantarse en armas), así que cuando Atenas pidió ayuda a Esparta, ésta no se la pudo garantizar.

Los atenienses no se amedrentaron y tras convencer a la Ekklesia, fueron a hacer frente a sus enemigos. Así pues, partieron unos 11.000 hoplitas griegos bajo las órdenes de Milcíades y combatieron frente a 25.000 persas en Maratón, a 42 kilómetros de la ciudad ateniense. 

Mapa de la Batalla de Maratón

Ambos bandos se mantuvieron a la espera durante unos días, unos tratando de obtener ayuda desde el interior, y otros debatiéndose con respecto a qué hacer; si bien presentar batalla o volver a Atenas para defenderla. 

Finalmente, cuando el grueso de las tropas persas comenzó a embarcar para partir hacia Atenas, se decantaron los griegos por atacar, aprovechando que Milcíades quien conocía las tácticas persas por haber participado en las revueltas jonias. Los griegos debilitaron el centro de su línea, donde los persas colocaban a sus mejores guerreros, y fortalecieron sus alas, para poder derrotarlos por los flancos. Tras horas de cruenta y extenuante batalla, ganaron los griegos. 

Pero esta victoria no era definitiva, puesto que debían volver a marchas forzadas hacia Atenas y compartir la buena nueva con sus conciudadanos, además de prepararse para una nueva ofensiva y defender su ciudad. 

Fue de esta manera como se inauguró la primera “Maratón” (carrera de 42 kilómetros, la distancia que separa a esta ciudad griega de Atenas), y cómo los griegos repelieron a los persas durante 10 años, hasta que éstos volvieron con la intención de castigar a toda la Hélade. 

Un minuto de San Ignacio de Loyola

San Ignacio de Loyola (Loyola, 1491- Roma, 1556). Fue el fundador de la compañía de Jesús, cuyos miembros son normalmente conocidos como jesuitas.

Íñigo López de Loyola nació en 1491 en el seno de una familia noble de Guipúzcoa. La vida caballeresca y de las armas vinieron antes que su vocación religiosa, siendo así la vida militar su primera vocación profesional.

En su juventud se educó en la Corte Castellana, y se pondría al servicio del virrey de Navarra, Antonio Manrique. Bajo sus órdenes participó en la defensa de Pamplona de 1521, asediada por el ejército francés.

Ignacio encabezó la defensa del Castillo de la ciudad, donde resultaría alcanzado en las piernas por una bala de cañón. Aunque sobrevivió, Ignacio quedaría cojo para el resto de sus días. No obstante, la larga y dolorosa recuperación supondría una profunda transformación en el joven militar, quien abandonaría su vida como soldado para convertirse en religioso.

En los años futuros peregrinaría a Roma y Tierra Santa, se formaría en la Universidad de París, y recorrería Flandes para recaudar fondos para el gran proyecto de su vida: la Compañía de Jesús. Los jesuitas desempeñarían un papel fundamental en el proceso de la Contrarreforma, dedicándose con ahínco a la labor misionera en Europa y América. Su finalidad, de acuerdo con su documento fundacional, reside en “la salvación y perfección de los prójimos”, buscando conseguir la “perfección evangélica”. 

Ignacio murió el 31 de julio de 1556, siendo canonizado en 1622. Sus restos descansan en la Iglesia del Gesù en Roma.