San Ignacio de Loyola (Loyola, 1491- Roma, 1556). Fue el fundador de la compañía de Jesús, cuyos miembros son normalmente conocidos como jesuitas.
Íñigo López de Loyola nació en 1491 en el seno de una familia noble de Guipúzcoa. La vida caballeresca y de las armas vinieron antes que su vocación religiosa, siendo así la vida militar su primera vocación profesional.
En su juventud se educó en la Corte Castellana, y se pondría al servicio del virrey de Navarra, Antonio Manrique. Bajo sus órdenes participó en la defensa de Pamplona de 1521, asediada por el ejército francés.
Ignacio encabezó la defensa del Castillo de la ciudad, donde resultaría alcanzado en las piernas por una bala de cañón. Aunque sobrevivió, Ignacio quedaría cojo para el resto de sus días. No obstante, la larga y dolorosa recuperación supondría una profunda transformación en el joven militar, quien abandonaría su vida como soldado para convertirse en religioso.
En los años futuros peregrinaría a Roma y Tierra Santa, se formaría en la Universidad de París, y recorrería Flandes para recaudar fondos para el gran proyecto de su vida: la Compañía de Jesús. Los jesuitas desempeñarían un papel fundamental en el proceso de la Contrarreforma, dedicándose con ahínco a la labor misionera en Europa y América. Su finalidad, de acuerdo con su documento fundacional, reside en “la salvación y perfección de los prójimos”, buscando conseguir la “perfección evangélica”.
Ignacio murió el 31 de julio de 1556, siendo canonizado en 1622. Sus restos descansan en la Iglesia del Gesù en Roma.
De estilo Gótico, y siendo la cuarta iglesia más grande del mundo, la construcción de la catedral dedicada a Santa María de las Flores se extendió a lo largo de varios siglos y multitud de artistas.
Tiene planta de cruz latina y tres naves. La Catedral se construyó sobre la base de la antigua Iglesia de Reparata. Lo excepcional de la Catedral reside, no solo en su tamaño y decoración, sino en el compendio de la espectacular cúpula de Brunelleschi, el Baptisterio y el campanario.
Su construcción comenzó en 1296 bajo las órdenes del arquitecto Arnolfo di Cambio, y podemos decir que no se terminó plenamente hasta 1887 con la culminación de la decoración de la fachada. Tras la prematura muerte de Arnolfo di Cambio, y debido a que el Gremio de la Lana era el encargado de llevar a buen puerto la obra, se contrató años más tarde a Giotto, que siguió bastante fidedignamente el proyecto inicial y que se centró esencialmente en la torre. Más tarde, se contrató a Francesco Talenti, quien sí modificó parte del proyecto original.
Santa Maria dei Fiore desde el aire
La Catedral estuvo fuertemente influenciada por los tiempos en que vivió, y esto lo vemos, por ejemplo, en las Puertas del Paraíso, que rememoran la “salvación” de la ciudad tras la Peste, que afectó a la mitad de la población europea y, consecuentemente, florentina, y que refleja escenas del Antiguo Testamento.
El interior nos recibe con una imponente sensación de amplitud, y es consecuencia de las altas naves y de la mezcolanza de distintos artistas y sus obras. Sin embargo, actualmente muchas de las piezas originales se encuentran en el Museo dell’Opera del Duomo.
La Cúpula es quizás la parte de la obra que más incógnitas ha despertado, puesto que su construcción comenzó en 1420, pero se vio plagada de dificultades técnicas. Así, se organizó un concurso cuyo ganador resultó Filippo Brunelleschi, quien hubo de pergeñar una nueva forma de sostener todo el peso y de construir la cúpula en sí. Finalmente consiguió que la cúpula se auto-sostuviese mientras se construía, resultando finalmente en una doble bóveda auto-portante. La cúpula tardó 16 años en construirse.
La Catedral incluye el Baptisterio, ubicado frente a la fachada y de planta octogonal que está dedicada a San Juan Bautista. Su diseño sigue el perfil de la Catedral, plagada de mármoles verdes y blancos.
Exteriormente la Catedral está decorada con mármoles blancos, verdes y rosas. La fachada, como hemos comentado, se terminó en 1887, se trata de una obra Neo-gótica.
En conjunto, la Catedral, destacando especialmente la Cúpula, el campanario y el Baptisterio, suponen una construcción brutal e imponente, haciendo de la misma una muestra espectacular del Gótico.
Es considerada la primera embajadora de España y del mundo. En 1507 Catalina fue designada embajadora en Inglaterra por los Reyes Católicos, y dos años mas tarde contraería nupcias con Enrique VIII, convirtiéndose a su vez en reina consorte inglesa.
Catalina fue una hábil diplomática que estableció buenas relaciones entre España e Inglaterra, aliadas por tener a Francia como enemigo común. La alianza anglo-española se fracturó a la par que el rey Enrique hizo caer a su esposa en desgracia.
Hija menor de los Reyes Católicos, Catalina recibió una educación excepcional propiciada por su madre, quien quería preparar a sus hijas para ser futuras reinas y las mejores embajadoras de España.
Fernando el Católico formalizaría el futuro casamiento de su hija con Arturo, Príncipe de Gales, a través de Enrique VII. En noviembre de 1501 se formaliza la unión. Sin embargo, nunca se llegó a consumar, pues la frágil salud del Príncipe le hizo fallecer al poco tiempo. Esto la dejó en la posición de Viuda de Gales, y al no haber dado un heredero, en una situación difícil.
La muerte de Catalina de Aragón
Sin embargo, Fernando el Católico necesitaba una alianza frente a Francia, por lo que la comprometió con el hijo menor (de 11 años de edad en ese momento) de los Reyes ingleses (el futuro Enrique VIII).
Muerto Enrique VII, se desposó con su hijo, y ambos fueron coronados Reyes de Inglaterra. Al inicio de su matrimonio fueron muy felices, dándole incluso un heredero varón, quien desgraciadamente murió antes de los dos meses. Pese a ello, Catalina fue la mejor y más cercana consejera del Rey.
Gracias a su parentesco con Carlos V y su cercanía con Enrique VIII, en 1520 llevó a cabo una entrevista íntima y privada con ambos, negociándose entonces una alianza más estrecha entre ambas Coronas; prometiendo a Carlos con María Tudor, su hija de entonces 4 años.
Dos años más tarde y a través del Tratado de Windsor se afianzaba tal promesa, debiendo esperar 6 años para las nupcias. Sin embargo, Carlos V se casó con Isabel de Portugal en 1526, y las desgracias comenzaron a ir en cascada para Catalina.
Debido a su diferencia de edad (6 años, además de la reciente costumbre del rey de fijarse en doncellas más jóvenes, entre ellas, Ana Bolena), la pérdida de su primer hijo, los augurios de no tener más hijos, y que su matrimonio era contrario a las leyes divinas (no desposarás a la viuda de tu hermano), le hicieron pedir la nulidad.
Fue una tediosa y larga batalla, donde Catalina encontró el apoyo de su sobrino Carlos V y otras personalidades importantes, además de abogar por una religión más pura. Además, era consciente de su popularidad entre el pueblo inglés.
El Papa finalmente sentenció a favor de Catalina, y Enrique VIII decidió entonces arrebatar del Parlamento inglés el Acta de Supremacía de la Corona: así nacía la Iglesia Anglicana. Supuso el nacionalismo triunfante incluso en lo religioso, el dominio de la arbitrariedad cuya exigencia de obediencia absoluta le habilitó a guillotinar a quienes eran contrarios al Rey
Catalina murió a los cincuenta años, recluida y fuertemente vigilada en el castillo de Kimbolton, despojada del tratamiento regio que merecía, pero sin perder jamás el valor y firmeza con que defendía sus derechos y los de su hija, además de siempre apostar por una Inglaterra libre
Hijo del rey Filipo II de Macedonia y de Olimpia, nació en el año 356 a.C. Fue educado como heredero al trono, una formación que se encargó al conocido filósofo Aristóteles; mientras que Clito se encargó de su aprendizaje militar. Su formación estaba basada en la paideia helena, que comprendía una formación excelsa en seis ámbitos; actividad física; matemáticas; geometría; filosofía; gramática y retórica, cuyo fin era la formación técnica y en valores y, sobre todo, la adquisición de la arethé o virtud.
Durante el inicio de su reinado, Alejandro sometió a los Estados griegos, pero su objetivo estaba mucho más lejos. En el año 334 marchó con su ejército a conquistar el poderoso y extenso Imperio Persa del rey Darío III. Durante esta campaña militar ocurrieron batallas tan icónicas y conocidas como Gránico, Issos o Gaugamela. No menos icónico será su episodio en el 334 en Gordión, donde sucedió el evento de la rotura del nudo.
En Egipto fue recibido como un héroe y nombrado faraón, confirmando Alejandro su origen divino en el Oráculo de Amón en Siwa. Este hecho supuso el nacimiento de un malestar entre sus compatriotas griegos, quienes consideraban que los hombres no eran divinos, sino humanos, provenientes de la tierra, y que en caso de que el poder se le subiese a la cabeza, podría suponer incurrir en hybris, esto es, soberbia, la cualidad más detestada por los macedonios. Pese a ello, Alejandro nunca sufrió un alzamiento y siempre mantuvo la fidelidad de sus tropas.
Busto de Alejandro Magno
Asesinado el rey Darío III, Alejandro tuvo vía libre para incrementar sus dominios y conquistas, haciéndose con Babilonia, Persépolis y Susa. Llegado a la actual Afganistán, quiso seguir ampliando sus dominios hasta la India. Sin embargo, tras algunas campañas en las zonas más occidentales (con batallas como la de Bactria) una tropa exhausta y deseando volver a su tierra lo incitó a regresar.
Alejandro adoptó las costumbres y formas de los territorios que conquistó, tanto los egipcios como los persas, cosa que no gustó demasiado entre los macedonios. La desconfianza que comenzó a granjearse empeoró con la muerte de Hefestión
Durante el regreso a la Hélade y por circunstancias aún hoy discutidas (aunque la más plausible habla de una infección que le causó altas fiebres) Alejandro moría prematuramente a los 33 años dejando un vasto Imperio, que se fragmentó rápidamente y se repartió entre sus hombres más cercanos.
Corría un año indeterminado de principios del siglo IX cuando un humilde eremita, de nombre Pelayo, fue sorprendido por una lluvia de estelas que le deslumbraron. Ante tal descubrimiento, hizo llamar al prelado de Iria Flavia (actual Padrón), quien descubrió que escondido tras una estrella brillante y fija (Campus Stellae, es decir, Compostela) se hallaba sepultado el cuerpo del mártir Santiago el Mayor. Este fue el comienzo de una de las mayores peregrinaciones de la Cristiandad junto con Jerusalén y Roma.
Muerto Cristo, encomendó a sus discípulos predicar sus palabras por los confines del mundo, haciendo llegar el mensaje de su Padre Salvador a toda la Humanidad. Sus doce apóstoles partieron a lo largo y ancho del mundo, y nuestro protagonista, Santiago el Mayor, hizo de Hispania, y más concretamente de Gallaecia, su lugar de evangelización.
Sin embargo, fue en el año 44 cuando tras regresar a Jerusalén, según los textos apócrifos para acompañar a la Virgen en su lecho de muerte, fue ordenado decapitar por Herodes Agripa I rey de Judea, convirtiéndose en uno de los primeros mártires en morir por Jesús. Una figura tan importante no podía ser olvidada y abandonada para el ultraje, así pues, los discípulos del apóstol decidieron custodiar su cadáver y devolverlo a la tierra de sus prédicas: Hispania.
Existen un sinfìn de mitos acerca del hallazgo del cuerpo terrenal del apóstol, pero todos ellos concuerdan en que el primer peregrino fue el Rey Alfonso II el Casto, quien tras ser avisado del hallazgo, partió con una comitiva para dilucidar la veracidad del mismo. Éste, al ser testigo de la estrella a los pies de un roble que guardaba un cadáver decapitado con la cabeza en el regazo, erigió una Iglesia en su nombre, e hizo de Santiago el Mayor, patrón de España y símbolo de la Reconquista.
Nacido en Córdoba en 1453, era hijo de una familia de la alta aristocracia castellana. Destacó por ser un excelso militar, estadista, diplomático, alcalde, caballero renacentista, almirante, capitán general, virrey de Nápoles y, sobre todo, por ser el precursor de los futuros Tercios.
Entró en la Corte a formar parte del séquito de Isabel I tras la prematura muerte de su hermano. Comenzó su formación militar observando de cerca las escaramuzas en la frontera con el Reino Nazarí de Granada mientras era alcalde de Santaella. Fue este hecho lo que despertó en él una voluntad de emprender su carrera al servicio del Estado.
En 1476 entró a formar parte de la Corte los Reyes Católicos, pensando que su parentesco con Fernando le sería de ayuda. Así fue, pues aprendió las obligaciones del nuevo cortesano y se le instruyó en administración y servicio público.
A su paso por Italia, bajo el mandato de defender las fronteras del Reino de Nápoles, llevó a cabo tres reformas: Ideó las «coronelias» que propiciaron la profesionalización del ejército para poder hacer frente a los ejércitos europeos; entendió la guerra como un trabajo en equipo con roles diferenciados e importantes; e ideó una nueva forma de organizar la caballería.
A la par que crecía su leyenda militar, así lo hacían también sus reclamos. De esta forma, el Papa Alejandro VI lo llamó para hacer frente a sus enemigos. Tras esta hazaña, sus tropas comenzaron a llamarle por el sobrenombre por el cual hoy es conocido. Por ello, el Rey de Nápoles le concedió los títulos de duque de Monte Santangelo y Terranova, con todos sus beneficios, y fue nombrado Virrey de Nápoles, para evitar enfrentamientos.
Su carrera le granjeó enemigos, entre ellos los Reyes Católicos (relatado en la obra de Lope de Vega «Las cuentas del Gran Capitán») que lo alejó de Nápoles. Su mala relación con Fernando el Católico no paró de crecer, hasta que una nueva coalición instada por el Papado, Venecia y España, lo requirieron al frente de la ofensiva frente al Rey francés (debido a la muerte del último nunca llegó a existir tal contienda).
Su vida destaca por su genio militar, su gran capacidad analítica y diplomática, y su contribución al ejército español (a día de hoy, el Tercio de la Legión Española afincado en Melilla, lleva su nombre).
Murió en 1515 en Granada, y se le permitió adquirir definitivamente el Título de Gran Capitán, así como la posibilidad de ser sepultado en el Monasterio de los Jerónimos (Granada).
Nacido en Guadalajara en 1581, fue un destacado pintor barroco.
Hijo de comerciante milanés y madre portuguesa que estuvieron al servicio de la duquesa de Pastrana, su biografía tiene lagunas, pero se infiere por su estilo pictórico e informes de la época, que tuvo influencia italiana, derivada de sus varios viajes a Roma y Milán.
En Roma fue influido por el naturalismo caravaggiesco y el clasicismo boloñés. Además, conoció a los pintores Gentileschi, Guido Reni y Annibale Carracci, de quien asimismo recibió influencias.
Su vocación religiosa le hizo ingresar en la Orden Dominica, pero nunca le apartó de la pintura, realizando más trabajos para el convento.
Pentecostés
Maíno se convirtió en un gran exponente español del caravaggismo y naturalismo propios de la época, pero dotándolos de un toque muy personal. Además, su faceta retratista fue alabada por sus contemporáneos.
Fue profesor de dibujo del futuro Felipe IV, y tras ello, siguió fuertemente vinculado a la Corte realizando varios trabajos, entre ellos; La recuperación de la Bahía de Brasil, para el Casón del Buen Retiro. A su paso por la Corte, trabó una gran amistad con el excepcional Diego Velázquez, a quien trató como su protegido y favoreció en lo que pudo, como por ejemplo eligiéndole para pintar una obra acerca de la expulsión de los moriscos, lo cual afianzó su posición en la corte pero que, desgraciadamente, se perdió en el incendio del Alcázar de Madrid de 1734.
En 1612 recibió su encargo más ambicioso hasta el momento: pintar el retablo del convento de San Pedro Mártir de Toledo, formado por 10 pinturas de distintos tamaños, hoy conservadas en el Museo del Prado, y que son el mejor y mayor exponente de su obra.
Muere el 1 de abril de 1648 en el Convento de Santo Tomás, Madrid.
Pertenece al romanticismo, y brilló por sus dotes poéticas y de dramaturgo.
Su peculiar y chocante relación con su padre le influyó en todos los aspectos de su vida. Era un hombre práctico y partidario del Antiguo Régimen, por lo que se refugió enormemente en su tierna madre. Su familia influyó enormemente en su producción literaria.
Comenzó su educación en Valladolid, pero debido al trabajo político de su padre, su residencia y por tanto, estudios, fueron variando. A su llegada a Madrid en 1827 ingresó en el Real Seminario de Nobles donde su gusto por las letras comenzó a surgir.
Tras el fallecimiento de Fernando VII su padre fue desterrado, llevándose a su familia al pequeño pueblo burgalés de su esposa, e influyendo así las tierras castellanas en la poesía y la prosa del dramaturgo. Más tarde, la obstinación de su padre lo llevó a convertirse en abogado. En Toledo, donde estudió Derecho, se acercó aún más a las letras, lo que le valió el regreso a Valladolid. Ahí comienza su producción literaria, tanto en prosa como en verso.
Sin embargo, desde Valladolid decidió escapar a Madrid donde podría perseguir su verdadera vocación: las letras. Vivía de incógnito para evitar ser reconocido por su padre, y mientras, trataba de apañárselas como podía buscando subsistencia en esporádicas publicaciones para diversas revistas. Entabló gran relación con reconocidas personalidades y colaboró con El Español, donde se publican algunos de sus poemas, y gracias a lo cual percibía un salario digno.
Sus temas variaban entre paisajes castellanos, una España decadente y en Guerra Civil, amores y desamores, y otros.
En 1839 despega su carrera como dramaturgo con la obra Juan Dandolo y a partir de aquí, durante una década, dominaría la escena española.
Su obra maestra, Don Juan Tenorio, fue supuestamente escrita en tan solo 20 días, y aclamada por la crítica a grandes rasgos. Es, además, la única obra teatral española que ha sido representada con continuidad desde su estreno hasta hoy. Incansable viajero encontró inspiración en distintas partes del mundo.
Toda su producción literaria obtuvo, desde un primer momento, gran estima y reconocimiento por parte de los críticos, si bien también las ocasionales reprobaciones. Su producción literaria fue muy prolífica.
Finalmente murió en Madrid en 1893, tras batallar con su estado de salud durante cuatro años.