La leyenda de la Campana de Huesca en un minuto

Ramiro II creció y se educó en el monasterio francés de Saint-Pons de Thomiers. A la muerte de su hermano Alfonso I el Batallador en 1134 fue nombrado Rey de Aragón. Con el sobrenombre de “El Monje”, reinó tan solo tres años, pero dejó una siniestra y curiosa historia para el recuerdo.

Debido a su incapacidad para la guerra y su aparente falta de iniciativa, los nobles aragoneses comenzaron a  organizar el derrocamiento del rey, iniciando una revuelta en 1135. Ramiro pidió consejo a su mentor en el monasterio, que se limitó a cortar de un manojo de coles, aquellas que más sobresalían. El rey aragonés, que entendió a la perfección el mensaje (o simplemente lo malinterpretó y se le fue un poco la olla), se puso manos a la obra con su plan para acabar con la rebelión.

Ordenó formar Cortes en su castillo de Huesca, con la excusa de enseñar a los nobles una enorme campana que había fabricado y que resonaría por toda Huesca. Los nobles, listos para seguir burlándose y humillando a su rey, no dudaron  en acudir raudos a la cita. Ramiro ordenó que entrasen de uno en uno en su cámara privada, donde los fue decapitando y formando una campana con sus cabezas. Cuando hubo acabado con 15 de los nobles, ordenó al resto que entrasen para ver su campana.

Ramiro siguió reinando los dos años siguientes, en los que pudo dirigir Aragón de forma plácida y sin que a ningún otro noble se le ocurriese siquiera contradecirle. En 1137, cansado de reinar (cargo que no le gustaba demasiado) concertó el matrimonio de su hija con Ramón Berenguer IV y cedió la corona, retirándose al monasterio de San Pedro el Viejo, donde murió veinte años más tarde.

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Maquiavelo, Fernando, España

Todo país grande tiene a sus grandes hombres como referentes, pero también en esto nuestra España contemporánea es una excepción. No será porque no los tiene, y muchos. Y entre ellos la figura de Fernando el Católico no es de las menores. Y como muchas veces pasa, es más reconocida en el exterior que en el interior de un país: ya desde el comienzo, con las referencias abundantes que Maquiavelo hace al español en El Príncipe muestran la altura del personaje.

En la obra maquiaveliana Fernando aparece, ni más ni menos, que como ejemplo de grandeza, en un tono que muestra admiración por un lado y cierta envidia por otro. La admiración deriva de que a los ojos de Maquiavelo Fernando de Aragón es el ejemplo de gran gobernante: ha unificado un país, está presente en Italia y se atreve con el norte de África. La envidia deriva de la constatación de la situación de la política italiana, fragmentada entre ciudades y repúblicas enfrentadas y en una permanente situación de inestabilidad y debilidad. Éste es un hecho que al español contemporáneo parece sorprendente: la condición española de gran potencia y de referente en toda Europa.

Fernando el Católico – Bernardino Montañés y Pérez
Nicolás Maquiavelo – Santi di Tito

Ante los problemas políticos que Maquiavelo observaba de cerca, admira de Fernando la capacidad de encontrar solución a cada reto político, a cada laberinto diplomático de su tiempo. Aragón está presente en todos los sitios alrededor de Maquiavelo y el rey aragonés, rey de Sicilia antes que de Castilla, aparece como conquistador imparable. Pero Fernando no es el heredero de un gran imperio o una gran potencia. Lo interesante es que logra llegar a ser el referente maquiaveliano partiendo de una posición inicial muy comprometida en Castilla y Aragón, de equilibrios imposibles en el Mediterráneo. Partiendo de cero, Fernando maximiza la fuerza, utiliza la astucia, se muestra hábil en la diplomacia y en la milicia. Aunque, eso sí, Maquiavelo a veces ve a Fernando más imprudente de lo necesario y demasiado pendiente de la gloria para ser un príncipe ideal. 

Maquiavelo tradicionalmente distingue entre el zorro y el león para diferenciar el estilo de cada príncipe: el que gobierna con la astucia y el que gobierna con la fuerza. Aquí no cabe duda de que Fernando es un buen ejemplo del primero: inteligente, astuto y calculador, aunque no le tiemble el pulso para usar la fuerza cuando es debido.

Detalle de La rendición de Granada – Francisco Pradilla Ortiz

Bien es cierto que para un rey Católico los halagos de Maquiavelo no parecen el mejor aval: poner la moral y la religión al servicio de la política, y no al revés, caracterizan el intento maquiaveliano, tan certero en otros temas. Pero aquí entra en juego la otra parte del dibujo: si Fernando puede pasar ante Maquiavelo como el político hábil y capaz, es porque ese aspecto del carácter del Rey de Aragón está a su vez cubierto por el carácter de Isabel: sobria, religiosa, de profundas convicciones morales. Si no es por ella y su sentido del deber, Fernando jamás hubiese sido el conquistador del que Maquiavelo habla con admiración y cierta envidia.

Me atrevería a afirmar que la relación complementaria entre Isabel y Fernando es única en Europa: como también lo es la relación entre Castilla y Aragón. La convergencia de los dos reinos, la renuncia aragonesa y la generosidad castellana generan una nueva nación, que en lo sucesivo será una aventura española universal. Es a través de todo ello como el carácter de Fernando puede dar lo máximo de sí mismo, despertar envidia y admiración en Europa.  Su grandeza no es la suya, sino la del proyecto en el que participa. 

Óscar Elía Mañu

La leyenda de la Campana de Huesca

Hijo de Sancho Ramírez de Aragón, Ramiro II fue el V Rey de Aragón, entre 1134 y 1137. En su juventud fue entregado por su padre al monasterio francés de Saint-Pons de Thomieres, donde creció y se educó como un monje (de ahí que se le conozca como Ramiro II El Monje). A la muerte de su hermano Alfonso I el Batallador, la nobleza nombró un nuevo rey sin hacer cumplir el testamento del difunto. Los nobles decidieron entregar la corona al Monje, por aquel entonces prior del monasterio de San Pedro el Viejo en Huesca y obispo de Roda y Barbastro, sin saber que con esta decisión les acabaría saliendo el tiro por la culata.

Cuando Alfonso VII de Castilla tuvo noticia del nuevo nombramiento, marchó a tomar La Rioja y Zaragoza, ante la incapacidad de Ramiro de defender los que eran sus territorios. Su carencia de aptitudes para la guerra y su falta de habilidad para cabalgar despertaba la risa entre los nobles aragoneses, que veían a Ramiro II como un pelele al que podían manejar a su antojo. Estos mismos nobles protagonizaron una revuelta en 1135. Desesperado y sin saber qué hacer, Ramiro pidió consejo a su mentor, el abad del monasterio de Saint-Pons. Una vez llegado el emisario, el abad escuchó la petición de auxilio del Rey de Aragón, y sin decir ni una sola palabra, cogió un cuchillo y salió al huerto del monasterio. Una vez allí, cortó las hojas de col que más sobresalían, y ordenó al emisario que narrara al rey lo que había visto. 

Recibido el emisario le explicó exactamente lo que había presenciado, y a Ramiro II se le ocurrió un truculento plan que pasaría a la Historia como La leyenda de la Campana de Huesca. Ordenó formar Cortes en su castillo de Huesca, con el pretexto de mostrar a los nobles una enorme campana que había fabricado, cuyo tañido sonaría en todo el Reino de Aragón. Los nobles acudieron entre risas y expresiones de incredulidad a ver el último delirio de un rey al que consideraban inepto e incompetente. Ordenó que entrasen de uno en uno a su cámara privada, donde los fue decapitando y formando una campana con sus cabezas, en la que el badajo era la testa del obispo, instigador de la revuelta. Hizo esta escabechina con un total de 15 rebeldes. Cuando terminó este collage tan particular, ordenó al resto que entraran todos juntos a ver la Campana de Huesca, que verdaderamente sonó en todo el Reino de Aragón.

La leyenda del Rey Monje – José Casado del Alisal (Museo del Prado)

Ramiro siguió reinando dos años más, tiempo durante el que la campana siguió sonando. Los nobles no volvieron a contradecir al monarca por miedo a que le diese por ampliar el tamaño de la misma, pero la realidad es que al Monje no le gustaba gobernar. En 1137 concertó el matrimonio de su hija Petronila (que entonces tenía dos años) con un Conde catalán de 24 años, Ramón Berenguer IV. Asegurada la continuidad de su linaje en el trono, Ramiro II se retiró a su monasterio de San Pedro el Viejo, donde vivió los veinte últimos años de su vida.

Se ha discutido a lo largo de los años acerca de la veracidad del relato o si se trata de un mito. Lo que es seguro es que La leyenda de la Campana de Huesca supone una de las historias más extrañas y truculentas de la ciudad, digna de protagonizar un capítulo de Juego de Tronos.