Las Guerras Médicas I: El Comienzo

¡Qué daño ha hecho la película de ‘300’! Los conflictos que enfrentaron a griegos y persas tuvieron (y tienen) una grandísima importancia histórica. No obstante, películas como ‘300’ dan una imagen completamente distorsionada de la realidad. Claro está que la película nunca pretendía ser fiel a lo que sucedió realmente, puesto que es una adaptación de una novela gráfica que tiene más de fantasía que de otra cosa. Y no entramos ya en el clarísimo componente xenófobo de la misma. Pero entonces, ¿qué pasó realmente en las Termópilas? ¿Quién fue el rey Leónidas? En definitiva, ¿cómo fueron las Guerras Médicas? Para responder a estas preguntas, hace falta que nos remontemos unas cuantas décadas antes de las Termópilas.

En 547 a.C., el rey persa Ciro conquistó, de manos del rey Creso, los territorios de Lidia, en la península Anatolia. Este reino de Lidia había tenido bajo su poder a las ciudades griegas de Jonia, en la costa occidental de la actual Turquía y, con la conquista de Ciro, estas habían pasado al control persa. Algunas de estas ciudades trataron de resistir, pero fueron sometidas por los persas, hasta que, hacia el año 518 a.C., el imperio persa controlaba toda la costa y muchas de las islas cercanas (como Quíos o Lesbos). En estas ciudades los persas se dedicaban a colocar a aristócratas locales como tiranos, con el apoyo del imperio, y que respondían ante el sátrapa (“gobernador”) de la región. Esta organización territorial del imperio era muy eficiente, pero, como suele suceder, no podía evitar el descontento de algunas zonas del territorio controlado por los persas.

Mapa del Imperio Persa en el año 500 a.C.

Los griegos eran muy recelosos de su libertad y, además, eran famosos por sus luchas intestinas por el poder entre los aristócratas locales. Así, los tiranos que eran colocados en las distintas ciudades debían mantener un complicado equilibrio entre el control sobre su ciudad, y el favor de los persas. Uno de estos tiranos, Aristágoras de Mileto, ha sido considerado el origen del conflicto greco-persa. En 500 a.C., bajo el reinado de Darío I, Aristágoras recibió una embajada de exiliados de Naxos que le pedían ayuda para volver a su hogar, y le conminaban a conquistar la isla. El tirano podía ver las ventajas de dicha conquista: dinero, fama y poder. Así que aceptó dicha oferta.

Pero, y aquí la clave de la cuestión, Aristágoras no tenía un ejército con el que conquistar Naxos, así que acudió al sátrapa de la zona, y le pidió su ayuda a cambio de compartir con él el botín. El persa consultó con su rey, Darío, y aceptó la proposición, con lo que Aristágoras marchó a Naxos con un ejército patrocinado por los persas. No obstante, Naxos estaba mucho mejor protegida de lo esperado, y tras un asedio de 4 meses sin éxito, la expedición volvió a Jonia con las manos vacías.

Mapa del Mar Egeo (véase Mileto/Miletus y Naxos)

Aristágoras se encontraba en un grave aprieto. No solamente había fallado en su objetivo, sino que ahora le debía dinero a los persas por el ejército, y como no había logrado obtener botín, no tenía cómo pagarlo. Así que decidió ir con todo y organizar una rebelión en Jonia. La zona ya estaba lo suficientemente caldeada como para que esta surtiera efecto, así que, aprovechando que aun tenía bajo su mando gran parte del ejército que había ido contra Naxos, y que otras ciudades de Jonia estaban dispuestas, Aristágoras declaró una rebelión abierta contra Darío en 499 a.C.

Las ciudades de Jonia, no obstante, se dieron cuenta de que iban a necesitar apoyos del resto del mundo griego si pretendían obtener una verdadera victoria duradera contra los persas y mantener su independencia. Por lo tanto, Aristágoras partió a Esparta, la ciudad más poderosa militarmente en el mundo griego, y pidió su ayuda contra Darío. Pero los espartanos nunca fueron muy dados a hacer la guerra tan lejos de casa, y se negaron a ayudar en la ofensiva. Así que Aristágoras se dirigió a la otra ciudad que podía suponer una ayuda significativa: Atenas.

Mapa de los acontencimientos en la revuelta jonia

Atenas se había librado de su propio tirano tan solo una década antes. Hipias el tirano había sido expulsado de la ciudad y los atenienses habían establecido una democracia. Pero el derrotado Hipias no se había quedado de brazos cruzados y se marchó a Persia para solicitar su ayuda y restitución como tirano de Atenas. Los persas se habían limitado a mandar un mensaje a Atenas instruyéndoles a restaurar a Hipias, lo que los atenienses habían tomado como una gran afrenta. Además, las ciudades de Jonia ahora se presentaban como democracias, lo que establecía un vínculo aun mayor con los atenienses. Así que, cuando Aristágoras les pidió su ayuda en la rebelión, Atenas estaba dispuesta a ayudar.

La rebelión Jónica duró varios años, durante los cuales los griegos parecían tener cierta ventaja al principio, pero la magnitud de los recursos y ejércitos persas eran demasiado para los helenos. Poco a poco las tornas cambiaron y los persas tomaron la iniciativa, enviando grandes contingentes en Asia menor contra las fuerzas griegas, y las derrotas de estos últimos se iban sumando poco a poco. Y, en el año 494 a.C. los persas administraron una derrota definitiva a los griegos de Jonia en Lade, tras la cual Mileto fue tomada por los vencedores.

Ruinas en la actualidad de la antigua ciudad de Mileto

Tras esta victoria poco quedaba de la rebelión, y los persas tardaron poco más de un año en retomar todas sus antiguas posesiones en Asia menor. Ciudad tras ciudad fue reconquistada y el control persa reafirmado sobre Jonia. Así, en 493 a.C. las operaciones contra la rebelión en el territorio de Darío habían terminado, pero el rey no se iba a contentar con eso, y ahora pretendía tomarse su venganza contra los atenienses que habían apoyado a los rebeldes.

En un comienzo, Darío envió al general Mardonio a través de Jonia y el Helesponto, con un ejército y flota de gran tamaño, para tomar Tracia y desde allí atacar la Hélade y Atenas. Esta fue, realmente, la primera invasión persa de Grecia. No obstante, esta invasión fue frenada en seco debido a una tormenta cerca del Monte Atos. El viento empujó a los barcos contra la costa y (según Heródoto) los persas perdieron 300 barcos y 20,000 hombres. Mardonio regresó a Persia para rehacerse, y Darío comenzó un nuevo reclutamiento con el que planeaba, de una vez por todas, hacerse con el control de Grecia.

Mapa de la primera expedición de Darío en 492 a.C.

El mito de la batalla de las Termópilas

El imaginario colectivo tiene una percepción más bien distorsionada de lo que fue la batalla de las Termópilas. Al parecer, los famosos 300 espartanos se enfrentaron a cuatrocientos trillones de persas, vestidos con un taparrabos y una capa, tableta aceitada y al aire, y donde estuvieron a punto de vencer al malvado y salvaje invasor oriental. Pues bien, para sorpresa de algunos, esto no fue así exactamente.

Cuando en 480 a.C. el rey persa Jerjes I (que no era un señor de 2.5 metros, calvo y que viajaba semidesnudo) avanzaba sobre las ciudades estado griegas, Esparta se encontraba en medio de un festival religioso, por lo que no podían mandar al grueso de su ejército a luchar. El rey Leónidas (que tenía unos 60 años, no 35), llevó a su guardia personal, a enfrentarse a los persas para intentar frenar su avance. Pero, a pesar de lo que podamos creer, el total de las fuerzas griegas era alrededor de unos 7.000 soldados (espartanos + aliados).

Jerjes I

Los griegos sabían que los persas les superaban en número. Pero no. Los persas no eran 2,6 millones de soldados como dice Heródoto. Su número era enormemente grande, alrededor de los 150.000, pero no nos flipemos. Como los persas eran tantísimos, y los griegos tan pocos, los espartanos y sus aliados decidieron utilizar las Termópilas como campo de batalla, pues su estrechez eliminaba la ventaja numérica de los persas.

Los espartanos no iban en pelotas a la guerra, que hay cosas que pinchan.

Además, los griegos también luchaban en el mar, liderados por los atenienses, en el estrecho de Artemisio. El objetivo era frenar a los persas y esperar a que la imposibilidad de la logística hiciese que los invasores se tuviesen que retirar. Todo lo que tenían que hacer era aguantar.

Y si lo pensamos bien, los espartanos fracasaron estrepitosamente. Sabían de la existencia de un paso que rodeaba su posición, y pusieron a un contingente ahí para defenderlo. Pero solo aguantaron tres días antes de que los persas les rodeasen y masacrasen a todos. Aun así, la leyenda sobrevive, y la placa conmemorativa que existe en el lugar ha logrado poner los pelos de punta a generaciones enteras:

“Cuenta a los Lacedemonios, viajero, que, cumpliendo sus órdenes, aquí yacemos”

La Batalla de Alesia: César vs Vercingétorix

Cayo Julio César, tras su consulado en 59 a.C., había sido enviado a las provincias galas de la república romana como procónsul (gobernador), donde llevaría a cabo una de las campañas más famosas de la historia que fue relatada por él mismo: la Guerra de las Galias (58 a.C. – 50 a.C.). Durante este período, César conquistó la actual Francia, y fue el primer general romano en cruzar el Canal de la Mancha y el río Rin al frente de un ejército. Las campañas de la Galia se caracterizaron por las luchas entre Roma y las distintas tribus galas que, divididas, no presentaban un rival suficiente como para expulsar al invasor romano. Esto es hasta el 52 a.C. con la revolución de Vercingétorix, que fue el último gran intento por parte de los galos de expulsar a los romanos antes de la anexión del territorio.

Introducción a La Guerra de las Galias de Julio César
Mapa de las campañas de César. En morado las conquistas en la Galia.

Para el año 53 a.C., César había establecido su control sobre gran parte de la Galia y, tras sofocar una revuelta liderada por el líder de los eburones (tribu del norte de la Galia), Ambiórix, esta había sido reducida a un estado de tranquilidad, en palabras del propio César. No obstante, al comenzar el año 52 a.C., los galos comenzaron a preparar una nueva guerra con la que intentar zafarse del control romano. César se encontraba ocupado en sus provincias al norte de Italia, encargándose de sus deberes administrativos, lo cual alentó a los galos a actuar con mayor atrevimiento.

La rebelión comenzó con el asesinato masivo de ciudadanos romanos en las ciudades galas. Las noticias de esta rebelión se expandieron por toda la Galia a una velocidad vertiginosa y pronto un jefe galo logró organizar bajo su autoridad a las tribus anti-romanas. Su nombre era Vercingétorix y, según César, este se convirtió por decisión unánime en el comandante supremo de las fuerzas rebeldes. Vercingétorix logró unificar a un gran número de tribus (y soldados) bajo sus órdenes, una amenaza más que real para la conquista de César. En cuanto este se enteró de lo que sucedía, volvió junto a sus legiones lo antes que pudo para hacer frente a los galos unificados y tratar de evitar que la rebelión se extendiese por toda la Galia.

Vercingétorix - Enciclopedia de la Historia del Mundo
Estatua de Vercingétorix (siglo XIX).

Tras una serie de enfrentamientos entre galos y romanos, Vercingétorix tuvo que retirarse a la ciudad fortificada de Alesia. Allí, César vio la imposibilidad de tomarla al asalto, por lo que decidió tratar de obligar a los galos a rendirse. La ciudad, no obstante, era imponente, y sitiarla de forma efectiva iba a ser un trabajo complicado. César sabía que no tenía suficientes soldados para rodear la ciudad de forma uniforme, por lo que decidió construir una muralla defensiva alrededor de Alesia, una obra de magnitudes colosales. Una circunvalación de 15 kilómetros con reductos fortificados en el perímetro rodeó la ciudad, y los galos de Alesia quedaron atrapados.

Vercingétorix se dio cuenta de que no podría romper las fortificaciones solo, así que aprovechó un punto débil en las murallas de César y logró mandar mensajes al resto de la Galia pidiendo refuerzos. Ante la posible amenaza de sufrir un ataque por la espalda, César decidió construir una circunvalación de 20 kilómetros, con trincheras, fosas y demás fortificaciones en su retaguardia. Colocó su ejército entre ambas, en una especie de sándwich romano, para frenar a los galos de refuerzo. Cuando estos llegaron, les fue casi imposible coordinarse con Vercingétorix dentro de Alesia de forma efectiva, por lo que César logró mantener su posición, y el sitio continuó.

La batalla de Alesia y el futuro de Roma – Descubrir la Historia
Esquema del asedio de Alesia (52 a.C.)

Uno de los episodios más famosos de este asedio sucedió unas 6 semanas desde su comienzo. Los galos se estaban quedando sin comida, y para evitar acabar comiéndose a los civiles (que fue propuesto por uno de los jefes) decidieron expulsarles de la ciudad, con la esperanza de que César los tomase como esclavos y alimentase. César, no obstante, se negó, pues tampoco tenía comida suficiente, y mandó a los civiles de vuelta a la ciudad, cuyas puertas Vercingétorix se negó a abrir. Aproximadamente 5000-10000 civiles murieron de hambre entre las murallas de Alesia y las fortificaciones romanas.

HISTORIA CLASICA: La batalla de Alesia: El asedio
Dibujo de las fortificaciones romanas alrededor de Alesia.

El asedio continuó durante un tiempo, y los galos de un lado y otro de los romanos seguían intentando romper el sitio de César, sin éxito. Finalmente, el ejército de refuerzo galo decidió atacar una de las posiciones más débiles de las murallas romanas con la mayoría de sus hombres. El estruendo de la batalla alertó a Vercingétorix, que salió de Alesia para intentar arrollar las defensas romanas. César mandó todos los efectivos de reserva que tenía a esta zona, e incluso marchó él mismo a la batalla, con el objetivo de alentar a sus hombres. Finalmente, cuando la batalla estaba en su momento decisivo, la caballería germana de César logró salir y rodear al enemigo Galo, que fue atacado por la retaguardia y perdió su empuje, dando la victoria a los romanos.

Al día siguiente, los galos de Alesia se reunieron en un consejo de guerra, donde se decidió entablar conversaciones de paz con César. Este exigió una rendición total de los soldados y jefes galos, que abandonaron Alesia y marcharon al campamento de César, donde fueron tomados como prisioneros. Cuentan las fuentes que Vercingetórix montó su caballo más imponente y se puso la armadura más bella que poseía, rodeó el campamento de César galopando hasta colocarse frente al procónsul. Desmontó, se desvistió y se arrodilló ante su vencedor sin decir palabra alguna, tras lo cual fue tomado cautivo por los romanos, y la Galia había sido pacificada casi al completo.

La batalla de Alesia | Historia Universal
Vercongétorix se rinde ante César.

Lecturas recomendadas:

  • Julio César. La Guerra de las Galias.
  • Freeman, P. (2009). Julio César. Planeta.
  • Goldsworthy, A. (2007). César: la biografía definitiva. La Esfera de los Libros.

Galdós, Hermes de Trafalgar

Bien es sabido que la historia española del siglo XIX no se entendería de no ser por los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. A lo sumo se entendería de otra manera; pero nunca con tanta riqueza ni con la misma objetividad. La narración del memorable novelista nos cuenta cosas que un manual de Historia nunca podrá.

A través de las cinco series que conforman el grueso de esta colección, que cuenta con un total de 46 novelas, el autor canario narra mediante el formato novelesco los aspectos sociales y políticos que determinaron el rumbo de nuestro país. Algunos de los hechos históricos que se exponen fueron vividos por el propio Galdós, mientras que otros surgen de las historias de juventud de su padre, militar, y toman forma gracias a una admirable labor de investigación por parte del novelista. La primera serie está protagonizada por uno de los personajes más entrañables de la literatura española, Gabriel de Araceli, y en ella se produce un acercamiento a las intrigas palaciegas y a sus consecuentes hechos militares. 

¿Sólo militares? No, pero bien es verdad que la primera serie se enfoca en los actos belicosos que tuvieron lugar entre el 1805 y el 1812, período clave para entender por qué los franceses llegan a la península y cómo se desarrolla la guerra de la Independencia Española. 

Galdós sitúa el inicio de la trama en los propios recuerdos del joven Gabriel, que en ese momento ejerce de sirviente en la casa de un capitán retirado al que todavía le conmueve la nostalgia de la mar. En aquella casa tiene mucha importancia la presencia de Marcial, un amigo del amo de Gabriel, también ex marinero, que conspira exaltado en contra de los ingleses debido al rencor que les guarda desde la derrota española en la batalla del Cabo de San Vicente ocho años atrás (1797). En este combate ambos marineros sufrieron grandes pérdidas, de modo que representan el odio que le guarda el pueblo español al inglés, a su vez motivo último del interés de la ciudadanía media en batallas aparentemente poco ventajosas en todos los aspectos –Doña Francisca, mujer del amo de Gabriel, encarna el sentimiento antibelicista–.

A esto se suma la confianza que el pueblo español parece tener en las tropas de Bonaparte. Cabe interpretar un propósito por parte del autor en dar a entender que gran parte de esa confianza nace de la impopularidad de Godoy, personaje histórico al cual se le culpa de la pusilanimidad española en contraposición de la entereza atribuida al heredero a la corona, Fernando VII. Es posible que aquí el autor estuviese poniendo de manifiesto cómo Napoleón lograba su objetivo de crear una suerte de discordia en los españoles que le facilitase la imposición de su hermano José como rey de España.

Pérez Galdós continúa la narración histórica con la llegada de Gabriel a Cádiz, donde conoce al mítico brigadier Churruca, y realiza una detallada descripción de la flota franco-española, en especial se ensaña con los pormenores del Santísima Trinidad, el mayor barco de por aquel entonces, que tiene fascinado a Araceli. También expone la confusión que hay en el mando franco-español, pues los diferentes comandantes parecen tener planes de batalla muy dispares.

Aunque ya hemos visto personajes que representan un belicismo basado en la venganza, como pueden ser Marcial y el amo de Gabriel (“Doña Francisca tenía razón. Mi amo, desde hace muchos años, no servía más que para rezar”, comenta Gabriel), también los hay que representan la presencia de la artillería en los barcos españoles como señal de ausencia de hombres preparados para la batalla marina. Ejemplo de ello es Rafael Malespina, novio de la amada de Gabriel e hijo de uno de los personajes más divertidos de la novela, que se enrola en la aventura sin tener en cuenta su completa inexperiencia naval. Esto es importante ya que la historiografía suele apuntar a la carencia de hombres experimentados y en forma como uno de los principales factores de la derrota. Se debe tener en cuenta que la flota franco-española era más numerosa que la británica, pero que los materiales eran peores.

A pesar de todo, Gabriel está completamente enfundado por el patriotismo fruto del sentimiento de pertenencia a una gran armada llena de hombres dispuestos a dar la vida por un ideal superior a ellos mismos. La visión de una flota inmensa surcando el mar (32 navíos, 5 fragatas y 2 bergantines) le tiene embelesado. Sin embargo, se comienza a presagiar la debacle cuando una maniobra del Bucentauro –buque insignia de los franceses– permite que dos columnas de barcos ingleses ataquen por el costado de la línea de defensa franco-española. Es ahí cuando comienza una impresionante descripción de la batalla que oscila entre el terror de la muerte y los pensamientos apasionados de un adolescente.

Y es entonces cuando se pone de manifiesto la astucia del aclamado vicealmirante Nelson frente a la falta de comunicación entre franceses y españoles, toda ella caracterizada por la actitud altanera del comandante Villeneuve, máximo mandatario francés, que desoye los consejos de los españoles. No dejan de ser de interés las historias que se forman alrededor de los admirables comandantes españoles Federico Gravina, Alcalá Galiano y Cosme Damián Churruca, hombres que simbolizan la impotencia que hay en el heroísmo, y cuyas historias pueden ser interpretadas como una crítica del propio autor a lo fácilmente maleable que fue España frente a los franceses al luchar sus guerras para que terminasen traicionando los acuerdos establecidos.

A nadie se le escapa que la victoria británica supuso duras consecuencias para España, tanto a nivel material como a nivel moral. Si hasta entonces la flota española podía considerarse como una de las más respetadas, en ese momento la superioridad naval de los ingleses se hizo patente. El autor parece señalar esta batalla como una premisa esencial del desencanto popular que tres años más tarde nos haría caer en la ingenuidad más absoluta frente a las ansias expansionistas de Francia. La debilidad que se dejó entrever en aquella batalla obligó a los gobernantes españoles a resignarse a ser vistos como un mero estado satélite de los franceses.

En definitiva, la primera novela de los Episodios Nacionales aproxima al lector al hecho histórico a través de la ficción. Pero esto no es desventajoso. Si se respeta el rigor histórico, y Galdós lo hace, el acercamiento a través de la novela permite sentir más próximo el parecer de la época, lo que es sumamente útil para dejar de mirar la historia con los ojos de hoy. Además, la labor de Benito Pérez Galdós como fuente histórica de la batalla va mucho más allá de describir los aspectos técnicos de un enfrentamiento; lo que hace Galdós es usar los diferentes personajes (pertenecientes a ámbitos y clases sociales muy dispares) como representaciones del pensamiento del momento, lo que nos revela cómo, poco a poco, el parecer social va bullendo hasta conformar el motor histórico de los acontecimientos.

La defensa de Cartagena de Indias

Cojo, manco y tuerto, el almirante Blas de Lezo, junto con un puñado de apenas 3000 hombres y mujeres consiguió derrotar al contingente naval británico más grande de su historia.

La costa caribeña de la actual Colombia fue testigo en 1533 de la fundación de Cartagena de Indias, una de los principales puertos para el tráfico y el comercio oceánico, de la mano del madrileño Pedro de Heredia. Su importancia geoestratégica de la ciudad era algo que no pasaba desapercibido para nadie, y mucho menos para los ingleses, que posaron rápidamente sus ojos sobre ella y planearon un ataque contra las plazas hispanoamericanas más importantes.

Retrato de Blas de Lezo (Museo Naval de Madrid)

El casus belli del ataque se remonta a 1738, cuando el Capitán Robert Jenkins compareció delante de la Casa de los Comunes (el Parlamento británico) para denunciar un suceso supuestamente ocurrido siete años antes en el Caribe. Según la versión del capitán, un guardacostas español abordó su barco y requisó sus mercancías acusándolo de contrabando. Además, para añadir dramatismo al relato, afirmó que los españoles le habían cortado una oreja, que exhibió delante de los Comunes. Esta parafernalia sirvió, no solo como excusa para poder atacar las posesiones españolas, sino para dar nombre a la guerra que originó, “War of Jenkins’ Ear” (1739-1748).

La oreja del pobre Jenkins, que no se sabe si la conservó en su casa como recuerdo o decidió deshacerse de ella, generó una ola de indignación en la opinión pública británica, que llevó a que el rey Jorge II le declarase la guerra a la Monarquía Hispánica el 23 de octubre de 1739, una guerra en la que sería actor principal el almirante Edward Vernon. El almirante británico, impaciente por entablar batalla con los españoles, partió hacia el Caribe con el objetivo de conquistar algunas de las plazas más importantes, como Porto-Bello o Cartagena de Indias, en un ataque relámpago y marchar posteriormente a Perú. Para ello, el británico reunió más de 27 mil hombres y alrededor de 200 barcos, el  mayor despliegue naval inglés hasta el Desembarco de Normandía.

El 13 de marzo de 1741, Vernon y su flota aparecieron en el horizonte de Cartagena con el plan de penetrar en la bahía y sitiar la ciudad. Para la defensa, Cartagena disponía de tan solo 3000 hombres, incluidos 500 civiles y otros tantos indios chocoés, al mando del virrey Sebastián de Eslava y el comandante Blas de Lezo. La resistencia hispánica se concentró en el fuerte de San Luis de Bocachica, mas, tras 16 días de bombardeo sobre el fuerte, los españoles se vieron obligados a replegarse la fortaleza principal de Cartagena de Indias, el castillo de San Felipe de Barajas, una defensa sobre el cerro de San Lázaro que abarcaba 11 kilómetros de murallas. Todo hacía indicar que la fortuna no acompañaba a los defensores. Tanto es así que Vernon, frotándose las manos ante la inminente victoria, mandó una misiva a Londres diciendo que para cuando recibiesen el mensaje, él ya habría conquistado Cartagena. Este triunfo aplastante desató la locura en la capital inglesa, tanto que el rey Jorge II ordenó acuñar monedas para conmemorar la toma de la ciudad caribeña, en la que se veía a un arrodillado Blas de Lezo ante Vernon, acompañado de la frase “el orgullo de España humillado por el almirante Vernon”. Sin embargo, los españoles no estaban dispuestos a rendirse.

Moneda conmemorativa de la pretendida toma de Cartagena de Indias (Museo Naval de Madrid)

El 20 de abril Vernon ordenó un asalto nocturno con tres columnas de hombres (entre 3500 y 4000 asaltantes), en un intento de pillar desprevenidos a los defensores. Lejos de dejarse sorprender, los españoles abrieron fuego y cargaron con sus bayonetas. En vista de la escabechina, Vernon envió otras dos columnas para rendir definitivamente el fuerte. Con lo que no contaban estos últimos refuerzos es que se iban a encontrar a sus compatriotas huyendo cerro abajo perseguidos por la tropa defensora. Los británicos sufrieron numerosas bajas, pero Vernon se negaba a dar la victoria a Blas de Lezo. Seguramente le rondaba la cabeza el ridículo que haría al haber anunciado la victoria a bombo y platillo y tener que volver con el rabo entre las piernas. No obstante las tropas estaban moralmente hundidas y cuando Vernon ordenó un nuevo ataque, los soldados británicos, totalmente devorados por la fiebre amarilla, se sublevaron contra la orden del almirante.

Finalmente Edward Vernon tuvo que dar su brazo a torcer y el 8 de mayo comenzaron los británicos a abandonar la bahía, dejando cerca de diez mil muertos y siete mil heridos por tan solo 600 de los defensores, siendo uno de ellos Blas de Lezo, que murió meses después consecuencia de una herida infectada que sufrió en la batalla. Por su parte, Vernon regresó a Londres absolutamente desacreditado, relevado de su cargo y posteriormente expulsado de la marina.

La defensa de Cartagena de Indias supone a partes iguales uno de los episodios más magníficos de la historia militar española y uno de los más infaustos desastres de la Royal Navy inglesa. Muchas veces eclipsado por episodios como La Gran Armada de Felipe II o la Batalla de Trafalgar de 1805 (sucesos que los historiadores ingleses han destacado hasta la saciedad), la Defensa de Cartagena de Indias supone un hecho único en la Historia. Un pequeño grupo de personas consiguió vencer a un gran contingente armado que superaba sus fuerzas nueve a uno y preservaron la ciudad en una colaboración entre soldados, civiles e indios que se negaron a rendir las armas y la plaza de Cartagena de Indias.