Juan de Sessa (Juan Latino)

Etiopía 1518 (?) – Granada, 1594-1597

Hijo de una esclava negra, Juan de Sessa terminó por convertirse en un destacado humanista, latinista y filólogo en España. 

Llegó de niño a la casa del Duque de Sessa (de quien toma su apellido), que fue designado como sucesor del Gran Capitán. Debido a su infancia en esta casa, así como su amistad con el hijo del Duque, Juan pudo acceder a una buenísima educación, destacando pronto como pupilo, por lo que le permitieron incluso ingresar en la Universidad y obtener el grado de bachiller. 

Gracias a su valía, desde ese momento se dedicó al mundo de la docencia, consagrándose primeramente como regente de la Gramática cada por el arzobispo Pedro Guerrero, amigo y promotor de su educación. 

En 1556, debido a una vacante, pudo acceder a la Catedral, donde continuó su formación, que se consagró con la obtención de una licenciatura y posterior doctorado en Artes. Su valía y empeño le sirvieron para granjearse una reputación entre los personajes más cultos y destacados de la época en la ciudad granadina. 

Trabó amistad con grandes figuras poéticas y literarias de la época, entre las que se encuentra Juan De la Cruz, con quien compartió numerosas tertulias. 

Pese a su dedicación a la docencia, podríamos decir que su primer amor era la gramática y, como tal, destacó como traductor y comentarista de textos clásicos grecolatinos. Pero no solo eso, sino que desarrolló asimismo su faceta literaria como creador, dedicando varias de sus obras a grandes personajes como Felpe II o Juan de Austria. 

Su sobrenombre de “latino” viene motivado por su profundo conocimiento de la lengua, a cuyo estudio dedicó gran parte de su vida. Además, fue uno de los grandes promotores de la lengua castellana, como anteriormente lo había sido Antonio de Nebrija. 

Se desposó con la noble Ana de Carleval, con quien tuvo una hija llamada Juana. Por tal enlace decidió el duque de Sessa manumitirle, llegando a otorgarle incluso una nada desdeñable dote. 

(La imagen utilizada como referencia no se corresponde con Juan de Sessa. Se trata de una obra de Jan Mostaert que utilizamos meramente como recurso audiovisual por falta de efigies del etíope)

Un minuto de Catalina de Aragón

1485-1536

Es considerada la primera embajadora de España y del mundo. En 1507 Catalina fue designada embajadora en Inglaterra por los Reyes Católicos, y dos años mas tarde contraería nupcias con Enrique VIII, convirtiéndose a su vez en reina consorte inglesa. 

Catalina fue una hábil diplomática que estableció buenas relaciones entre España e Inglaterra, aliadas por tener a Francia como enemigo común. La alianza anglo-española se fracturó a la par que el rey Enrique hizo caer a su esposa en desgracia.

Hija menor de los Reyes Católicos, Catalina recibió una educación excepcional propiciada por su madre, quien quería preparar a sus hijas para ser futuras reinas y las mejores embajadoras de España.

Fernando el Católico formalizaría el futuro casamiento de su hija con Arturo, Príncipe de Gales, a través de Enrique VII. En noviembre de 1501 se formaliza la unión. Sin embargo, nunca se llegó a consumar, pues la frágil salud del Príncipe le hizo fallecer al poco tiempo. Esto la dejó en la posición de Viuda de Gales, y al no haber dado un heredero, en una situación difícil.

La muerte de Catalina de Aragón

Sin embargo, Fernando el Católico necesitaba una alianza frente a Francia, por lo que la comprometió con el hijo menor (de 11 años de edad en ese momento) de los Reyes ingleses (el futuro Enrique VIII).

Muerto Enrique VII, se desposó con su hijo, y ambos fueron coronados Reyes de Inglaterra. Al inicio de su matrimonio fueron muy felices, dándole incluso un heredero varón, quien desgraciadamente murió antes de los dos meses. Pese a ello, Catalina fue la mejor y más cercana consejera del Rey.

Gracias a su parentesco con Carlos V y su cercanía con Enrique VIII, en 1520 llevó a cabo una entrevista íntima y privada con ambos, negociándose entonces una alianza más estrecha entre ambas Coronas; prometiendo a Carlos con María Tudor, su hija de entonces 4 años.

Dos años más tarde y a través del Tratado de Windsor se afianzaba tal promesa, debiendo esperar 6 años para las nupcias. Sin embargo, Carlos V se casó con Isabel de Portugal en 1526, y las desgracias comenzaron a ir en cascada para Catalina.

Debido a su diferencia de edad (6 años, además de la reciente costumbre del rey de fijarse en doncellas más jóvenes, entre ellas, Ana Bolena), la pérdida de su primer hijo, los augurios de no tener más hijos, y que su matrimonio era contrario a las leyes divinas (no desposarás a la viuda de tu hermano), le hicieron pedir la nulidad.

Fue una tediosa y larga batalla, donde Catalina encontró el apoyo de su sobrino Carlos V y otras personalidades importantes, además de abogar por una religión más pura. Además, era consciente de su popularidad entre el pueblo inglés.

El Papa finalmente sentenció a favor de Catalina, y Enrique VIII decidió entonces arrebatar del Parlamento inglés el Acta de Supremacía de la Corona: así nacía la Iglesia Anglicana. Supuso el nacionalismo triunfante incluso en lo religioso, el dominio de la arbitrariedad cuya exigencia de obediencia absoluta le habilitó a guillotinar a quienes eran contrarios al Rey

Catalina murió a los cincuenta años, recluida y fuertemente vigilada en el castillo de Kimbolton, despojada del tratamiento regio que merecía, pero sin perder jamás el valor y firmeza con que defendía sus derechos y los de su hija, además de siempre apostar por una Inglaterra libre

Maquiavelo, Fernando, España

Todo país grande tiene a sus grandes hombres como referentes, pero también en esto nuestra España contemporánea es una excepción. No será porque no los tiene, y muchos. Y entre ellos la figura de Fernando el Católico no es de las menores. Y como muchas veces pasa, es más reconocida en el exterior que en el interior de un país: ya desde el comienzo, con las referencias abundantes que Maquiavelo hace al español en El Príncipe muestran la altura del personaje.

En la obra maquiaveliana Fernando aparece, ni más ni menos, que como ejemplo de grandeza, en un tono que muestra admiración por un lado y cierta envidia por otro. La admiración deriva de que a los ojos de Maquiavelo Fernando de Aragón es el ejemplo de gran gobernante: ha unificado un país, está presente en Italia y se atreve con el norte de África. La envidia deriva de la constatación de la situación de la política italiana, fragmentada entre ciudades y repúblicas enfrentadas y en una permanente situación de inestabilidad y debilidad. Éste es un hecho que al español contemporáneo parece sorprendente: la condición española de gran potencia y de referente en toda Europa.

Fernando el Católico – Bernardino Montañés y Pérez
Nicolás Maquiavelo – Santi di Tito

Ante los problemas políticos que Maquiavelo observaba de cerca, admira de Fernando la capacidad de encontrar solución a cada reto político, a cada laberinto diplomático de su tiempo. Aragón está presente en todos los sitios alrededor de Maquiavelo y el rey aragonés, rey de Sicilia antes que de Castilla, aparece como conquistador imparable. Pero Fernando no es el heredero de un gran imperio o una gran potencia. Lo interesante es que logra llegar a ser el referente maquiaveliano partiendo de una posición inicial muy comprometida en Castilla y Aragón, de equilibrios imposibles en el Mediterráneo. Partiendo de cero, Fernando maximiza la fuerza, utiliza la astucia, se muestra hábil en la diplomacia y en la milicia. Aunque, eso sí, Maquiavelo a veces ve a Fernando más imprudente de lo necesario y demasiado pendiente de la gloria para ser un príncipe ideal. 

Maquiavelo tradicionalmente distingue entre el zorro y el león para diferenciar el estilo de cada príncipe: el que gobierna con la astucia y el que gobierna con la fuerza. Aquí no cabe duda de que Fernando es un buen ejemplo del primero: inteligente, astuto y calculador, aunque no le tiemble el pulso para usar la fuerza cuando es debido.

Detalle de La rendición de Granada – Francisco Pradilla Ortiz

Bien es cierto que para un rey Católico los halagos de Maquiavelo no parecen el mejor aval: poner la moral y la religión al servicio de la política, y no al revés, caracterizan el intento maquiaveliano, tan certero en otros temas. Pero aquí entra en juego la otra parte del dibujo: si Fernando puede pasar ante Maquiavelo como el político hábil y capaz, es porque ese aspecto del carácter del Rey de Aragón está a su vez cubierto por el carácter de Isabel: sobria, religiosa, de profundas convicciones morales. Si no es por ella y su sentido del deber, Fernando jamás hubiese sido el conquistador del que Maquiavelo habla con admiración y cierta envidia.

Me atrevería a afirmar que la relación complementaria entre Isabel y Fernando es única en Europa: como también lo es la relación entre Castilla y Aragón. La convergencia de los dos reinos, la renuncia aragonesa y la generosidad castellana generan una nueva nación, que en lo sucesivo será una aventura española universal. Es a través de todo ello como el carácter de Fernando puede dar lo máximo de sí mismo, despertar envidia y admiración en Europa.  Su grandeza no es la suya, sino la del proyecto en el que participa. 

Óscar Elía Mañu

Van un español, un francés y un escocés…

El siglo XVI fue testigo del auge de la Monarquía Hispánica, que tuvo que hacer frente a Francia como la principal nación europea contendiente por establecer su hegemonía en el continente. Una serie de guerras e intrigas políticas marcarían la relación hispano-francesa, la cual parecería lograr asentar un período de concordia y tranquilidad con la firma del tratado de Paz de Cateau-Cambrésis en 1559, ocurrido en tiempos del reinado de Felipe II en el trono de España. Para el rey de Francia, Enrique II, ciertamente supondría un “descanso eterno”.

Felipe y Enrique, soberanos de España y de Francia respectivamente, poseían una serie de particularidades notablemente en común, más allá de compartir el mismo número regnal. Ambos fueron fervientes defensores del catolicismo y persiguieron las distintas iglesias protestantes presentes en sus territorios. Sus padres, Carlos I y Francisco I, otros que más allá de también haber poseído el mismo número como monarcas, habían combatido entre sí por establecer su dominio en Italia y por ser investidos emperadores del Sacro Imperio, siendo el Habsburgo el que se impusiera en ambas contiendas. Para mayor humillación del francés, sería apresado en la batalla de Pavía de 1525 y encarcelado en la villa de Madrid, viéndose forzado a suscribir un acuerdo de paz que no tardaría en rechazar una vez liberado, esgrimiendo que había sido incitado bajo coacción.

Francisco I, rey de Francia, entrando prisionero en la Torre de los Lujanes – Antonio Pérez Rubio (Museo del Prado)

Cual es el padre, tal es el hijo; sus sucesores en el trono mantendrían una enconada disputa entre ambas potencias en la que las fuerzas españolas vencerían en la batalla de San Quintín de 1557, propiciando que dos años más tarde se celebrara el acuerdo mencionado a comienzos de nuestro relato. Para alcanzar una sincera y duradera relación de amistad entre las dinastías Habsburgo y Valois, a los términos del tratado que dictaban un reajuste territorial de las posesiones francesas y españolas, se adoptaría como garantía la unión en matrimonio de Felipe II con Isabel, hija de Enrique II.

Isabel no era la primera esposa de Felipe, quien ya había estado casado previamente en dos ocasiones, ni tampoco Felipe era el primer candidato para desposar a la hija del rey francés. Inicialmente el príncipe Carlos, hijo y heredero de Felipe II en el trono, había sido la persona designada. Sin embargo, la recientemente acaecida viudedad de Felipe y la delicada salud del Príncipe de Asturias propiciaron que el rey español se convirtiera en el consorte de Isabel de Valois.

Isabel de Valois sosteniendo un retrato de Felipe II – Sofonisba Anguissola (Museo del Prado)

Con motivo de la celebración del tratado y de la unión matrimonial, Enrique concertaría una justa al estilo de los torneos medievales. Aficionado a ellos, como si de un emperador Cómodo moderno se tratara, el propio rey tomaría parte en los combates. Su contendiente sería Gabriel de Lorges, conde de Montgomery y comandante de la Guardia Escocesa, unidad de élite conformada en 1418 por soldados escoceses que accederían al servicio de los monarcas franceses en el contexto de la guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra (1337-1453).

Una gala que debería haber sido festiva, terminaría resultando fatídica después de que el conde accidentalmente hiriera en el rostro al rey con un fragmento de su lanza. Alcanzado en un ojo y dañado parcialmente el cerebro, las curas practicadas por el cirujano real no fueron suficientes para salvar la vida de Enrique, quien fallecería a los pocos días fruto de la mortal herida recibida.

Enrique II es herido mortalmente por Montgomery en el torneo de París – Glasshouse Images

Sucedido en el trono por varios de sus hijos varones, que se vieron envueltos en una cruenta guerra (civil) de religión que desgarró internamente al país, y en la que España intervino en favor de los partidarios católicos, la Casa Valois sería reemplazada en el trono francés por la dinastía Borbón en 1589. A la manera inversa, la muerte de un Austria español más de un siglo después, Carlos II, provocaría que la influencia francesa, y particularmente la borbónica, accediesen a dictar las acciones del imperio español.