Todo país grande tiene a sus grandes hombres como referentes, pero también en esto nuestra España contemporánea es una excepción. No será porque no los tiene, y muchos. Y entre ellos la figura de Fernando el Católico no es de las menores. Y como muchas veces pasa, es más reconocida en el exterior que en el interior de un país: ya desde el comienzo, con las referencias abundantes que Maquiavelo hace al español en El Príncipe muestran la altura del personaje.
En la obra maquiaveliana Fernando aparece, ni más ni menos, que como ejemplo de grandeza, en un tono que muestra admiración por un lado y cierta envidia por otro. La admiración deriva de que a los ojos de Maquiavelo Fernando de Aragón es el ejemplo de gran gobernante: ha unificado un país, está presente en Italia y se atreve con el norte de África. La envidia deriva de la constatación de la situación de la política italiana, fragmentada entre ciudades y repúblicas enfrentadas y en una permanente situación de inestabilidad y debilidad. Éste es un hecho que al español contemporáneo parece sorprendente: la condición española de gran potencia y de referente en toda Europa.


Ante los problemas políticos que Maquiavelo observaba de cerca, admira de Fernando la capacidad de encontrar solución a cada reto político, a cada laberinto diplomático de su tiempo. Aragón está presente en todos los sitios alrededor de Maquiavelo y el rey aragonés, rey de Sicilia antes que de Castilla, aparece como conquistador imparable. Pero Fernando no es el heredero de un gran imperio o una gran potencia. Lo interesante es que logra llegar a ser el referente maquiaveliano partiendo de una posición inicial muy comprometida en Castilla y Aragón, de equilibrios imposibles en el Mediterráneo. Partiendo de cero, Fernando maximiza la fuerza, utiliza la astucia, se muestra hábil en la diplomacia y en la milicia. Aunque, eso sí, Maquiavelo a veces ve a Fernando más imprudente de lo necesario y demasiado pendiente de la gloria para ser un príncipe ideal.
Maquiavelo tradicionalmente distingue entre el zorro y el león para diferenciar el estilo de cada príncipe: el que gobierna con la astucia y el que gobierna con la fuerza. Aquí no cabe duda de que Fernando es un buen ejemplo del primero: inteligente, astuto y calculador, aunque no le tiemble el pulso para usar la fuerza cuando es debido.

Bien es cierto que para un rey Católico los halagos de Maquiavelo no parecen el mejor aval: poner la moral y la religión al servicio de la política, y no al revés, caracterizan el intento maquiaveliano, tan certero en otros temas. Pero aquí entra en juego la otra parte del dibujo: si Fernando puede pasar ante Maquiavelo como el político hábil y capaz, es porque ese aspecto del carácter del Rey de Aragón está a su vez cubierto por el carácter de Isabel: sobria, religiosa, de profundas convicciones morales. Si no es por ella y su sentido del deber, Fernando jamás hubiese sido el conquistador del que Maquiavelo habla con admiración y cierta envidia.
Me atrevería a afirmar que la relación complementaria entre Isabel y Fernando es única en Europa: como también lo es la relación entre Castilla y Aragón. La convergencia de los dos reinos, la renuncia aragonesa y la generosidad castellana generan una nueva nación, que en lo sucesivo será una aventura española universal. Es a través de todo ello como el carácter de Fernando puede dar lo máximo de sí mismo, despertar envidia y admiración en Europa. Su grandeza no es la suya, sino la del proyecto en el que participa.
Óscar Elía Mañu