Augusto intenta legislar sobre la moral *SALE MAL*

Si algo no les gustaba a los romanos, eso era que se legislase sobre su vida privada. Es decir, para ellos, las normas morales y de comportamiento en sus vidas privadas debían estar regidas por la costumbre y la tradición (el mos maiorum, que lo llamaban ellos), y no por leyes. Aun así, existieron, durante toda la época romana, varios intentos por legislar precisamente este tipo de cosas y, como nos podemos imaginar, no salieron del todo bien. Aquí nos vamos a centrar en el caso de Augusto y sus leges Iuliae.

Busto de Augusto

El problema de legislar normas morales era que, entonces, llevar a cabo una conducta “inmoral” se convertía en un problema de estado, y durante el imperio esto podría ser considerado como una forma de oposición al emperador o al régimen en general. Esto supuso un problema para el primer emperador, empeñado como estaba en promover la natalidad y los matrimonios en las clases altas.

Una vez que Augusto hubo afianzado su poder y superado una enfermedad que casi acaba con él de forma prematura, dedicó los años 19-18 a.C. a promulgar una serie de leyes morales conocidas como las leges Iuliae. Aquí nos vamos a centrar en las 2 leyes más importantes dentro de este conjunto: la ley que regulaba el adulterio y la que regulaba el matrimonio entre órdenes sociales y la procreación.

Relieve de un sarcófago que representa un matrimonio romano

La lex Iulia de adulteriis coercendis fue promulgada en 18 a.C. y tipificaba los crímenes de adulterio. Hasta entonces, el adulterio había sido un tema privado a ser resuelto por las partes implicadas (el marido, la mujer y su representante legal). Debemos dejar claro que para los romanos el adulterio era algo exclusivo de las mujeres casadas. El hombre soltero o casado que participaba en relaciones sexuales con una mujer casada podía ser castigado bajo otro tipo de crimen (stuprum). No obstante, un hombre casado podía yacer con mujeres, hombres, esclavos y/o esclavas sin caer en adulterio.

Esta ley tenía varios castigos muy severos. Entre ellos destacan que el padre de la mujer, si se topaba con su hija y su amante en plena faena podía matar a su propia hija. En el caso del marido, este no tenía derecho a matar a su mujer si la encontraba en el acto, pero en caso que lo hiciese, debía ser tratado con amabilidad. Además, el marido estaba obligado a divorciarse y la mujer sería exiliada. Como podemos ver, era una ley sumamente severa, que los propios romanos veían como exagerada.

Mural de un lupanar en Pompeya

La otra ley mencionada anteriormente era la lex Iulia de maritandis ordinibus, que trataba tanto el matrimonio entre personas de distinta clase social y regulaba la procreación. Esta ley prohibía el matrimonio entre probosae (gente registrada como inmoral: prostitutas, actores, adúlteros, etc.) y ciudadanos romanos. Además, prohibía que un senador o sus hijos se casasen con libertos/as y establecía que se esperaba que los hombres comenzasen a tener hijos a los 25 años y las mujeres a los 20. Para asegurarse el éxito de esta legislación, la ley también establecía privilegios para aquellos que tenían numerosos hijos y se casaban pronto, y aumentaba impuestos a aquellas personas que se mantenían solteras o sin hijos. La impopularidad de esta ley fue tal que 20 años después de su promulgación tuvo que ser reformada debido a la presión social que se llevó a cabo en contra de esta ley.

A los romanos no les gustaba nada estas leyes. Vivir como soltero (para los hombres) era mucho más divertido y libre que estar casado. Además, un matrimonio para las clases altas era un compromiso social considerable al que debía de dársele un tiempo para preparar y asegurar la dote y estar seguro de que ambas familias deseaban tal alianza. Además, el objetivo del matrimonio para los romanos era tener hijos, pero estos recibirían partes iguales de la herencia de sus padres, por lo que tener hijos de más dividiría la fortuna familiar hasta suponer un problema financiero.

Relieve del Ara Pacis que representa a la familia imperial

Las fuentes nos dicen que el mismo Augusto se marchó de Roma poco después de la promulgación de estas leyes debido a que su popularidad sufrió un tremendo golpe. El propio emperador era famoso por sus aventuras extramatrimoniales, y esa hipocresía no pasó desapercibida. Algunos consiguieron encontrar vacíos legales para evitar acatar estas leyes, y otros, dispensas especiales. No obstante, el propio Augusto tuvo que enfrentarse a los caballeros y senadores (a quienes realmente afectaban estas leyes) en 9 d.C. y enmendar las leyes de tal forma que no fuesen tan exigentes.

Como hemos podido ver, los romanos eran muy recelosos de sus vidas privadas y de que el poder que ostentaban los paterfamilias de resolver problemas familiares no fuese infringido por el estado. Augusto, en su esfuerzo por imponer una ideología conservadora que restaurase ‘la antigua gloria romana’, se excedió en sus poderes y tuvo que, finalmente, dar marcha atrás.

Un minuto del Gabinete Secreto

El Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, en Italia, alberga las principales piezas y obras de arte descubiertos en las ruinas de Pompeya y Herculano. El museo fue creado a finales del siglo XVIII bajo la promoción de los Borbones, soberanos del reino de Nápoles, para albergar las colecciones privadas de la familia y los objetos desenterrados de las ciudades sepultadas por la erupción del Vesubio. Fue precisamente el rey Carlos, que posteriormente accedería al trono español como Carlos III, quien ordenó el comienzo de las labores de excavación.

En el museo se encuentran obras como el mosaico de la batalla de Issos, el fresco de Safo o una copia romana del Doríforo de Policleto, pero también una curiosa colección que se guarda en el Gabinete Secreto. En éste se conservaron las piezas de tipo pornográfico y erótico que se fueron encontrando según las excavaciones avanzaron: amuletos y lámparas con formas fálicas, frescos del dios Príapo, imágenes representando actos sexuales e incluso una escultura de Pan copulando con una cabra. 

La sexualidad en la antigua Roma era vista de un modo distinto al que tenemos nosotros. Tras el aparentemente austero y puritano ideal romano, promovido por Catón el Viejo o el emperador Augusto, existía un mundo imbuido de los placeres y el sexo. Esto se veía reflejado en los mitos fundacionales, la religión y el día a día: la lupa o prostituta que halló a Rómulo y Remo, las aventuras extramaritales de Júpiter, el voto de virginidad de las vestales, la consideración del falo como un símbolo de fertilidad y vigor…

La severa moralidad de comienzos del siglo XIX llevó a que estos hallazgos “obscenos” fueran censurados y apartados de las otras colecciones, pudiéndose acceder a la habitación secreta únicamente con la concesión de una autorización especial. Las mujeres estaban vetadas de poder obtener este permiso. En el lapso de un siglo la censura para visitar il Gabinetto Segreto fue rebajada o restringida en función del signo político de las autoridades del momento, pero siempre se mantuvo la condición de tener una autorización. La sala fue abierta definitivamente al público en el año 2000 y se suprimió la censura para su visita. La única limitación que existe en la actualidad es que los menores de 14 años deben entrar acompañados por una persona adulta. 

Un minuto del caballo de Calígula

De las historias que sobreviven en el imaginario colectivo sobre las locuras de los emperadores romanos, suele destacar la de Calígula y su caballo, Incitatus. Seguramente todos hemos oído aquello de que “Calígula nombró cónsul a su caballo” pero ¿qué hay de verdad en esa historia?

Las fuentes antiguas como Suetonio o Dión Casio cuentan que Calígula tenía un caballo favorito al que le había construido un establo de mármol, un pesebre de marfil, un collar con joyas, e incluso una casa. Además, ambas fuentes rumorean que Calígula planeaba nombrarle cónsul y que no lo llevó a cabo únicamente porque fue asesinado antes de poder hacerlo.

Los historiadores modernos no están convencidos. Es muy probable que esta historia tenga algo de verdad, en cuanto a que es muy posible que Calígula tuviese un caballo al que mimaba con exageración. Pero, las historias de que el emperador lo llevaba a banquetes oficiales o que lo quería convertir en magistrado o sacerdote son claramente exageraciones.

Los testimonios que sobreviven fueron escritos muchas décadas e incluso algún siglo después del reinado de Calígula, en una época en la que pintar a los Julio-Claudios como locos y enfermos de poder era la norma. Así que lo más plausible es que estas historias fueran exageraciones propagandísticas o incluso chismorreos que atrajesen al lector.

Lo que sí que se baraja entre los historiadores modernos es la posibilidad de que las historias que cuentan Suetonio o Dión Casio estén basadas en bromas que gastaba Calígula a los senadores para humillarlos, haciéndoles entender que él creía que un caballo podía llevar a cabo las labores de un senador, pues estos eran incompetentes y/o inútiles en el imperio.

Debemos andarnos con cuidado con las historias de las fuentes antiguas sobre las locuras de los emperadores, las conjuras palaciegas o los chismorreos de las familias imperiales. ¡Las fake news no son un invento moderno!

Cayo Mecenas: ¿Ministro de Cultura?

Cayo Mecenas, amigo personal y consejero político del que fue primer emperador de Roma, Augusto, es uno de los personajes más interesantes, a la par que importantes, de su época. Su nombre es sinónimo de aquellas personas que financian y/o protegen a artistas y que promueven sus obras, acciones que el Mecenas original llevó a cabo durante los primeros años del reinado de Augusto. En este artículo vamos a tratar brevemente la vida de este personaje, muchas veces oscurecida bajo la sombra de Augusto, Agripa y otros hombres destacados del comienzo del imperio.

Busto de Mecenas en Galway, Irlanda.

Mecenas nació en 70 a.C. en una familia de origen etrusco. Su familia era acomodada, pero no tenía antepasados que hubiesen participado en la política de Roma, por lo que no era parte de la aristocracia senatorial, sino de la clase ecuestre. Se decía descendiente de la gens Cilnia, una familia de la aristocracia etrusca que había disfrutado de una gran importancia (y riqueza) desde hacía siglos. No sabemos mucho de su vida temprana, pero el poeta Propercio parece indicar que Mecenas participó en las campañas tempranas de la guerra civil tras el asesinato de Julio César, acompañando al hijo adoptivo de este último.

Lo que sí sabemos es que, desde un tiempo muy temprano, era amigo de Octaviano, y que fue el encargado de organizar el matrimonio de este con Escribonia en 40 a.C., lo que indica una relación cercana entre ambos hombres. Más tarde, Mecenas actuaría como representante de Octaviano en las negociaciones con Marco Antonio y Lépido en el Tratado de Bríndisi (40 a.C.), en el que se renovó el Triunvirato, y en el que se estableció el matrimonio de Antonio con la hermana de Octaviano. Una vez más, Mecenas se destaca como uno de los confidentes más cercanos del futuro emperador cuando unos años más tarde, en 37 a.C., actuó como su representante en las negociaciones de intercambio de tropas con Marco Antonio y, además, cuando fue enviado a Roma a mantener el orden mientras Octaviano y Agripa acababan con Sexto Pompeyo en Sicilia (36 a.C.).

Alex Wyndham como Cayo Mecenas en «Roma» de HBO.

Está claro que la importancia política de Mecenas, a pesar de que nunca ocupó magistraturas oficiales, era inmensa. Actuaba como representante de Octaviano, y como dirigente de Roma cuando este se ausentaba, lo que le permitía controlar, desde una posición informal (y, por tanto, más libre), a los amigos y enemigos del triunviro en Roma. No obstante, por lo que Mecenas es conocido hoy en día es por la protección y el patrocinio que brindó a los poetas más destacados de la literatura romana. Sabemos que en 38 a.C. conoció a Horacio, al que tomó bajo su protección, en una época en la que ya había comenzado a patrocinar a otros poetas como Virgilio. Esta práctica ha llevado a los historiadores modernos a considerarlo como un cuasi-ministro de cultura de Augusto, aunque esto resulte un anacronismo. El legado que dejaron los poetas, gracias en gran medida a la ayuda prestada por Mecenas, ha supuesto que su nombre se haya convertido en sinónimo de protector de las artes.

«Gaius Maecenas (70 a.C. – 8 a.C.) supports declining fine arts» de Gérard de Lairesse, ca. 1660.

Las grandes obras de Horacio, Virgilio y Propercio, entre otros, pudieron llevarse a cabo gracias a que Mecenas se interesó por su labor poética y les prestó la ayuda monetaria, política y de lo que hiciese falta para que estos pudiesen crear. Estos poetas mostraron su agradecimiento en algunos versos en los que le mencionan a él y su patronazgo. Es más, las “Odas” de Horacio comienzan con una referencia a su protector:

“Mecenas, descendiente de antiguos reyes, refugio y dulce amor mío, hay muchos a quienes regocija levantar nubes de polvo en la olímpica carrera, evitando rozar la meta con las fervientes ruedas, y la palma gloriosa los iguala a los dioses que dominan el orbe.”

Se cuenta también que Virgilio escribió sus “Georgicas” en honor a Mecenas, al que menciona al comienzo del Libro I:

“Qué es lo que hace fértiles las tierras, bajo qué constelación conviene alzar los campos y ayuntar las vides a los olmos cuál es el cuidado de los bueyes, qué diligencia requiere la cría del ganado menor y cuánta experiencia las económicas abejas, desde ahora, oh Mecenas, 5 comenzaré a cantarte.”

Propercio también menciona a Mecenas al comienzo de sus “Elegías”, mostrando su importancia y agradecimiento:

“Pero, si los hados, Mecenas, me hubieran concedido el poder de guiar huestes heroicas a la guerra, no cantaría yo a los Titanes, no al monte Osa colocado sobre el Olimpo, para que el Pelión fuera el camino hacia el cielo, no la antigua Tebas ni a Pérgamo, gloria de Homero, ni los dos mares que fueron unidos por orden de Jerjes , o el reinado primero de Remo o el orgullo de la altiva Cartago, ni las amenazas de los cimbros y las hazañas de Mario: las guerras y hechos de tu querido César celebraría y tú serías mi segundo objetivo después del gran César”

Como podemos ver, la relevancia de Cayo Mecenas en la literatura latina, en especial la del imperio, no puede ser subestimada. Es muy posible que sin él y sin su patrocinio, Virgilio, Horacio o Propercio no hubieran llegado a escribir sus obras, o, al menos, no habrían disfrutado de la visibilidad y reconocimiento que merecían por su talento y habilidad. En este sentido, Mecenas definitivamente merece el legado que su nombre ha llegado a tener.

«Horace, Virgil and Varius at the house of Maecenas» de Charles François Jalabert, 1777.

No obstante, parece ser que hacia el final de su vida, su relación con el emperador Augusto se deterioró. Las fuentes indican que la causa fue la mujer de Mecenas, Terencia. Algunos dicen que Augusto se disgustó con su consejero cuando este reveló a su mujer el descubrimiento de una conspiración en la que el hermano de Terencia era partícipe, mientras que otros señalan a la aventura amorosa que Augusto y la mujer de Mecenas disfrutaron como el origen de los problemas entre los viejos amigos. En cualquier caso, cuando Mecenas falleció en 8 a.C., en su testamento dejó todas sus posesiones al emperador, así que es posible que la relación no hubiese resultado tan dañada como podríamos pensar.

“¡Cuídate de las Idus de marzo!”: el asesinato de Julio César

La noche del 14 de marzo de 44 a.C., el dictador Cayo Julio César cenó con dos de sus más cercanos aliados: Marco Emilio Lépido y Décimo Junio Bruto Albino (no confundir con Marco Junio Bruto, el hijo de Servilia, amante de César). Sin saberlo el dictador, Décimo era parte de una conspiración contra su vida, y planeaba asesinarle al día siguiente. Durante la cena, la conversación llegó a la cuestión de qué tipo de muerte era la mejor y, sin darle muchas vueltas, César propuso que la mejor muerte era la inesperada. Podemos imaginar las gotas de sudor frío rodando por la espalda de Décimo.

La mañana siguiente, César fue despertado por su esposa, Calpurnia, quien había tenido un sueño terrible, en el que sujetaba en sus brazos el cadáver de su esposo. Calpurnia trató de convencer a César de que pospusiese la reunión que había programada para aquel día, y César, viendo el miedo en los ojos de su esposa, decidió mandar a Marco Antonio para que cancelase la reunión de la cámara. No obstante, su querido amigo Décimo pronto se enteró de esta noticia, y se apresuró a la casa del dictador. Cuando se encontró con él, ridiculizó las supuestas visiones de su esposa, animando a César a no hacer caso a una mujer y marchar al senado. Décimo tomó al dictador de la mano, y le condujo fuera de la vivienda.

Calpurnia trata de convencer a César de que no asista al senado

En el camino al senado, César iba rodeado, como de costumbre, de sus aliados y seguidores, cuando se acercó a él el filósofo Artemidoro. Este se había enterado de la conspiración gracias a su buena relación con algunos de los conspiradores, y entregó a César un rollo de papel en el que se detallaba la conspiración contra su vida, con los nombres de aquellos hombres que planeaban atentar contra el dictador, y le urgió a que lo leyese cuanto antes. Pero cuando César se dispuso a hacer eso mismo, fue distraído por la multitud que se congregaba a su alrededor, y entregó el papel a uno de sus secretarios. Ya lo leería después.

Artemidoro trata de avisar a César de la conspiración

La comitiva continuó su camino hacia la cámara, y cuando ya se encontraban cerca de la entrada, César pudo ver en el foro al adivino Espurina, quien unos días antes le había advertido que su vida correría peligro antes de que acabasen las Idus de marzo (15 marzo). César se acercó a este y de forma burlesca le dijo “Las Idus ya han llegado”, a lo que Espurina simplemente contestó “Han llegado, sí, pero no han pasado”. Tras lo cual, el dictador entró en la cámara del senado.

La mano derecha de César era, por aquel entonces, Marco Antonio (sí, el de Cleopatra). Un año antes, Antonio fue tanteado por uno de los conspiradores para ver si deseaba unirse a los tiranicidas pero, ante la negativa de este, la conspiración fue atrasada. No obstante, Marco Antonio, que sepamos, nunca avisó a César de que algunos de sus enemigos e incluso aliados planeaban su muerte, por lo que hay quien sospecha que este podía simpatizar hasta cierto punto con los asesinos. Y el día 15 de marzo, cuando César entró en la cámara, Antonio se quedó fuera, al parecer distraído por uno de los conspiradores, que le pidió hablar con él antes de entrar a la reunión.

Marco Antonio en la sere de HBO «Roma» (James Purefoy)

Finalmente, el dictador se encontraba dentro de la cámara. Cuando se hubo sentado en su silla, los conspiradores se congregaron a su alrededor, y uno de ellos, Lucio Cimbro, se acercó a él con la excusa de pedirle la vuelta de su hermano, que se encontraba en el exilio. César se negó, y Cimbro respondió agarrándole de los hombros y tirando de su toga. César se revolvió y gritó “¡Esto es violencia!” (Ista quidem vis est). César contaba con sacrosantidad por su tribunicia potestas, y eso significaba que era intocable.

Otro de los conspiradores, Casca, sacó una daga que llevaba escondida bajo la toga, e hirió a César cerca de la garganta, pero el militar en César logró agarrar a su atacante y le clavó su stylus (bolígrafo romano) en el brazo, a la vez que exclamó “¿Qué haces, Casca, villano?” (en griego: μιαρώτατε Κάσκα, τί ποιεῖς;). Este se dirigió a sus co-conspiradores y les dijo en griego “¡Ayuda, hermanos!” (en griego: ἀδελφέ, βοήθει), momento en el que el resto de los conjurados se arrojaron sobre César, hiriéndole 23 veces.

César es asesinado por los conspiradores

Viéndose rodeado, César se cubrió la cabeza y la entrepierna con la toga, cuidando su dignidad ante la muerte y, finalmente, cayó al suelo abatido. Es probable que no fuese capaz de decir palabra mientras era apuñalado, pero hay quien dice que formuló aquella frase, más tarde dramatizada e inmortalizada por Shakespeare, (o alguna variación de esta) al ver a Marco Bruto entre sus asesinos: “¿Tú también, hijo?” (en griego: καὶ σύ, τέκνον). Aunque este apelativo sería algo más cariñoso que una reclamación de paternidad, si es que César pronunció estas palabras.

César yace muerto. De la serie de HBO «Roma» (Ciarán Hinds)

El dictador había muerto, y su cuerpo yacía a la sombra de la estatua del que había sido, primero su amigo y aliado, y luego su encarnizado enemigo: Pompeyo. Los conspiradores, tras el shock por lo que habían hecho, salieron de la cámara del senado, que había quedado completamente vacía al empezar el ataque, y recorrieron las calles de Roma clamando que habían liberado al pueblo de su tirano. No obstante, fueron recibidos con silencio.

El cuerpo de César permaneció donde había caído durante unas horas, hasta que tres esclavos lo recogieron, cubriéndolo con una manta y colocándolo en una litera. Y, mientras su brazo ensangrentado colgaba por un lado de la litera, el que una vez había sido amo y señor de Roma fue llevado de vuelta a su casa. Tan solo dos años después, todos los conspiradores habrían muerto en la guerra civil que los enfrentó a los sucesores de César. Y, apenas 15 años después del asesinato del dictador, el hijo adoptivo de César, Augusto, se convertía en el primer emperador de Roma, la república había caído.

Estatua Augusto de Prima Porta

Venecia: el legado de Atila

Atila, rey de los hunos, es conocido como uno de los personajes más indómitos y aterradores de la Historia, siendo referido como el “azote de Dios”, aunque no suele ser relacionado como el «causante» de la fundación de Venecia, una de las ciudades más boyantes y dinámicas que haya existido.

Avaricioso e implacable, pero también ambicioso y perspicaz, Atila fue un personaje mucho más complejo y culto de lo que popularmente se cree. El rey huno sabía hablar y escribir en latín, disfrutaba de la poesía y era un hábil gobernante que compartiría inicialmente el trono huno con su hermano Bleda. Muerto este último en un accidente de caza en el 444, poniendo fin a diez años de gobierno compartido, los romanos difundirían el rumor de que Atila había sido el responsable de que Bleda desapareciera de escena, y así asumir el mando único.

Esta y otras muchas difamaciones tendrían su origen en que las campañas militares del huno animasen a que los literatos romanos construyesen una imagen leyenda-negrista alrededor de él, y sobre la que se construye nuestra percepción moderna.

Atila y sus hordas invaden Italia – Eugène Delacroix

La horda que Atila lideraba no estaba únicamente compuesta por hunos, originarios de las estepas mongolas, sino que estos eran una minoría dominante entre las partidas de otros pueblos bárbaros absorbidos, como los ostrogodos, los gépidos o los alanos. Cerca de 700.000 personas integraban la horda, de la que alrededor de 70.000 eran guerreros.

Pese a su carácter nómada, a medida que la horda se había ido aproximando a los limes romanos y a los pueblos germánicos periféricos a estos, su avance se fue ralentizando, hasta llegar a asentar una capital en Atzelburg (ubicada en la actual Hungría). Más allá de ser una rudimentaria población, que indicaba un creciente nivel de sedentarización, era a ella a donde acudían embajadas y emisarios de los césares romanos, algo impensable siglos atrás.

La fiesta de Atila – Mór Than

Los gloriosos días de Roma eran un recuerdo del pasado. En tiempos de Atila, el Imperio ya había sido escindido en dos partes, Occidente y Oriente, con un emperador y una capital en cada una de ellas. Incluso Roma, la Ciudad Eterna, había sido relegada a una urbe de segunda categoría, cuando a finales del siglo III se trasladó la capital de Occidente a Milán, para posteriormente recalar en Rávena. Por su proximidad geográfica con el dominio de Atzelburg, el Imperio romano de Oriente fue la primera víctima de la coacción de Atila.

Ya obligada Constantinopla a pagar un sustancioso tributo a los hunos desde los tiempos de su predecesor en el trono, amenazada de sufrir incursiones y saqueos en el supuesto de no cumplir, Atila impuso unas condiciones irrealizables. El consiguiente rechazo romano le brindó el pretexto para emprender la guerra en el 447.

Mapa de la división del Imperio entre Occidente y Oriente

Los campos y las poblaciones situados en su avance fueron arrasados. Constantinopla se salvó por sus murallas. La campaña huna provocaría un profundo terror entre los romanos, quienes se apresurarían a triplicar el tributo que ya entregaban.

Pese a la destrucción y al pánico provocados, la ascensión al trono oriental de un general de resuelta y firme determinación, Marciano, marcaría un cambio de actitud en las relaciones con los hunos. Debiendo enfrentar una mayor resistencia ante la amenaza de nuevos ataques, y siendo sobornado por los propios magistrados imperiales para que buscara otras tierras que explotar, Atila fijó su atención en el hermano de su reciente presa: el Imperio de Occidente.

La primera acometida cruzaría el Rin en el 451 y atravesaría la Galia en una vorágine de pillaje y devastación, siendo detenida por una coalición visigoda y romana en la batalla de los Campos Cataláunicos. Repelida la invasión, la partida huna se replegaría para lamerse las heridas, retomando el ataque un año más tarde.

En esta ocasión, se desquitaría contra la propia Italia. Penetrando desde el noreste, ningún ejército imperial haría aparición para detener su avance. Las ciudades capitulaban por temor a sufrir un duro castigo en el caso de oponer resistencia. Solo una reunió el coraje para cerrar sus puertas: Aquilea.

La invasión de los bárbaros – Ulpiano Checa

Ubicada en la costa del mar Adriático, Aquilea se había consolidado como una pujante urbe comercial, además de ser referida como “fortaleza virgen”, dado que ostentaba el hito de que ningún ejército atacante había conseguido tomarla con anterioridad. Sus defensores lograrían resistir durante tres meses y como castigo por su lucha, cuando la ciudad fue finalmente tomada, no quedó de ella piedra sobre piedra. La poca gente que consiguió escapar de la masacre se refugiaría al oeste, adentrándose en las lagunas pantanosas de la costa.

Según el relato tradicional, junto a otras personas huidas de la llanura véneta, conformarían el núcleo original de la ciudad de Venecia. Esta escaparía en el futuro la suerte de ser asolada gracias a su construcción en una ubicación a la que no se podía acceder por tierra. A su vez, dicha condición obligaría a que los venecianos debieran desarrollar una activa pericia comercial que les proveyera de los recursos primarios que carecían y, simultáneamente, dotara de una fuente de ingresos al naciente asentamiento.

Venecia – Thomaso Porcacchi

En lo que respecta a Atila, que prosiguiendo su campaña por el norte y estando Italia a su completa merced, decidió no avanzar sobre Roma. Los motivos que se discuten son varios y merecen ser abordados en otro artículo. Sea como fuere, el rey huno se retiraría. En el año 453 contraería matrimonio con una joven italiana tomada como cautiva en sus campañas, siendo encontrado muerto a la mañana siguiente del banquete nupcial.

Su breve imperio no le sobreviviría a su muerte, viéndose desintegrado en los años siguientes por las luchas internas entre sus numerosos vástagos y la secesión de los pueblos bárbaros dominados. No obstante, de manera involuntaria Atila conseguiría dejar una huella de perdurabilidad para la Historia en la ciudad de Venecia, siendo la “causa eficiente” de su fundación, que, con el paso de los siglos lograría alcanzar la independencia y consolidarse como una próspera potencia comercial en el Mediterráneo.

Tácito, el más grande de los historiadores romanos

Publio Cornelio Tácito (ca. 55-120) fue un historiador y político romano de finales de siglo I y principios del II d.C., cuyas obras sobre los primeros emperadores han moldeado nuestra percepción actual del Imperio y la familia imperial. Nació en el seno de una familia acaudalada, aunque no noble. Su padre le envió de joven a estudiar a Roma, donde se educó en el arte de la retórica. Durante su juventud, Tácito presenció los últimos años del reinado de Nerón, su caída y la guerra civil que le sucedió, hechos que le marcaron profundamente.

Año de los cuatro emperadores - Wikipedia, la enciclopedia libre
Mapa del Imperio Romano en el Año de los 4 Emperadores (69 d.C.) tras la muerte de Nerón.

Con la llegada de la nueva dinastía Flavia (Vespasiano, Tito y Domiciano), la carrera política de Tácito despegó y se benefició enormemente de su apoyo. Tanto es así, que incluso lo menciona en una de sus obras: “no negaré que mi privilegiada situación comenzó con Vespasiano, la aumentó Tito y llegó al máximo con Domiciano”. Pasó por todas las magistraturas romanas hasta finalmente llegar al consulado en 97, y fue por aquel entonces cuando comenzó su esfuerzo literario.

Debido a que Tácito había sido un gran beneficiado de la dinastía Flavia, cuando esta cayó y llegaron los Antoninos (Nerva y Trajano especialmente), la carrera política de Tácito se vio perjudicada. Con el objetivo de congraciarse con el nuevo régimen, Tácito comenzó a escribir obras que criticaban veladamente la tiranía de Domiciano, el último de los Flavios. Su primera obra era una biografía de su suegro, Agrícola, quien tras disfrutar de una carrera militar exitosa fue apartado de la política por Domiciano. En esta primera obra Tácito comenzaba sus críticas hacia la tiranía de los emperadores.

Las dinastías de emperadores romanos, del Principado al Dominato
Dinastía Antonina. Tácito murió en el 4º año del reinado de Adriano (120).

Su siguiente obra fue Germania, en la que Tácito estudiaba las costumbres de los germanos, un pueblo que provocaba gran interés entre los romanos. Esta obra, no obstante, no es un simple ejercicio etnológico, sino que es también y sobre todo una crítica a Domiciano, puesto que el emperador había afirmado que su campaña contra los germanos los había subyugado, y Tácito argumenta que estos seguían siendo libres.

A pesar de sus esfuerzos, la carrera política de Tácito siguió estancada unos años más, que aprovechó para escribir su segunda obra más importante: las Historiae. Esta obra trata los hechos que sucedieron tras la muerte de Nerón en 68, la guerra civil de 69 en la que 4 emperadores fueron coronados, y la victoria final de Vespasiano (69-79). En ella, Tácito muestra la actitud pesimista y crítica que tenía hacia el sistema imperial, en el que lo normal era el vicio y donde destaca la dificultad de actuar noblemente en un sistema tiránico. Los personajes suelen ser débiles, avaros y cobardes; pocos son descritos como ejemplos de virtud.

Finalmente, Tácito logró congraciarse con Trajano y en 113 fue nombrado gobernador de la provincia de Asia (actual Turquía). Tras su regreso, escribió su magnum opus, los Annales. Esta obra se centra en la dinastía Julio-Claudia desde la muerte de Augusto en 14, pasando por los reinados de Tiberio (14-37), Calígula (37-41, cuyos libros se han perdido), Claudio (41-54) y finalmente Nerón (54-68).

Las dinastías de emperadores romanos, del Principado al Dominato
Dinastía Julio-Claudia.

Los Annales destacan por su crítica hacia la decadencia de la élite senatorial y a las pasiones y vicios de la familia imperial. Aunque Tácito deja claro que el nuevo sistema despótico es necesario para mantener la paz, critica vehementemente a los emperadores débiles o moralmente corruptos como Tiberio o Nerón. De esta obra también surgen las historias más conocidas de la familia imperial, como es la descripción de Livia como una mujer malvada y maquinadora, que está dispuesta a cualquier cosa para lograr que su hijo reine el imperio tras Augusto. Aunque Tácito nunca acusa directamente a Livia, deja entrever que existen rumores de que la malvada «madrastra» fue la responsable de las muertes sospechosas de algunos herederos de Augusto.

I, Livia – Contacting the Classics
Siân Phillips como Livia en la serie «Yo, Claudio» de 1976.

Otra historia que debemos en gran medida a Tácito es la de la mujer del emperador Claudio, Mesalina. Tácito describe a Claudio como un emperador débil y estúpido, que no se entera de lo que sucede en su propio palacio. Mientras tanto, Mesalina es una mujer voraz, que engaña a su esposo con multitud de hombres, llegando incluso a apostar con la prostituta más famosa de Roma y venciéndola en un concurso sexual.

Como podemos ver, el juicio hacia las mujeres en Tácito es algo común. Pero no debemos simplemente asumir que Tácito era un misógino (que algo tendría), sino que con su crítica hacia la mujer imperial lo que está haciendo es censurar a su marido o a su hijo, que son indirectamente descritos como débiles y cobardes, o simplemente estúpidos. Así, la crítica hacia Livia realmente lo es hacia Tiberio, Mesalina es un síntoma de la debilidad de Claudio, y Agripina la Menor de la de Nerón.

I, Claudius, I Love Your Bitchiness –
Mesalina (Sheila White) y Claudio (Derek Jacobi) en la serie «Yo Claudio» de 1976.

En conclusión, Tácito es el gran responsable de la visión moderna que tenemos del régimen imperial: podrido de decadencia moral, en el que los emperadores y sus mujeres están más preocupados por los placeres carnales y el lujo desenfrenado que por el buen gobierno de Roma. No obstante, no existía alternativa, pues solo el Imperio era capaz de mantener Roma en paz, y eso generó un gran pesimismo en Tácito, que es claramente visible en su obra. A su muerte, Tácito se había convertido en uno de los grandes historiadores romanos del imperio, y la historiografía moderna no ha hecho más que confirmarlo.