Descifrando el Prado II – El Jardín de las Delicias

El título de este artículo es un mero formalismo, una manera de clasificar estas pocas palabras en el inmenso océano que es Internet; lo cual no evita que el título sea totalmente impreciso. Es prácticamente imposible descifrar la obra, y más aún la mentalidad, de Jheronimus van Aken (de ahora en adelante El Bosco). Cada vez que se entra en la sala 056A del Museo del Prado se puede descubrir un extraño y disparatado monstruo salido de las entrañas de las peores pesadillas del autor, o un pobre e incauto hombre desnudo, pecando de la manera más terrible y lujuriosa, sin siquiera sospechar lo que le espera en la tabla de la derecha.

El tríptico fue realizado entorno a los años 1480 y 1485. Inicialmente se vinculó con la familia Nassau, aunque en 1568 fue confiscado a Guillermo I por el Duque de Alba. En 1591 el cuadro fue comprado en almoneda por Felipe II y trasladado al Escorial, hasta que en 1933 se depositó en el Museo del Prado, donde reside actualmente. 

Se divide en cuatro escenas perfectamente diferenciadas. La primera de ellas, con el tríptico cerrado, se trata de una reproducción en grisalla del tercer día de la Creación. Dios Padre todopoderoso crea la vegetación, elemento que tendrá gran protagonismo en la obra una vez abierta.

La tabla de la izquierda nos desvela a Dios tomando a Eva de la mano, entregándosela a Adán, de cuya costilla acaba de brotar. Dentro de este paisaje idílico, en el que nada puede romper el equilibrio de santidad y calma reinante, el Creador les da una consigna: “creced y multiplicaos”. No obstante, en la escena ya ha irrumpido el mal, personificado en algunos reptiles y otras alimañas, como la lechuza que anida en la Fuente de la Vida.

La línea del horizonte del Paraíso continúa en la tabla central, logrando hacer la transición de este a un mundo terrenal entregado a los sentidos y el pecado. El “creced y multiplicaos” se ha pervertido, y los personajes han dejado de beber de la Fuente de la Vida para entregarse a las fuentes de los sentidos, tóxicas y conductoras a la muerte. Decenas de figuras humanas desnudas, en grupos o en parejas, llenan el espacio con una fuerte carga erótica, aludiendo a la lujuria, tema central de la tabla. Dos búhos a los lados, alusivos a la maldad, enmarcan la composición en los laterales. En el centro de la composición, un grupo de hombres cabalga alrededor de un estanque -El Bosco relaciona el agua con el amor- lleno de mujeres desnudas, que incitan al hombre a pecar.

La vida es efímera y todas nuestras acciones tendrán repercusión tras el Juicio Final. La vida de lujuria y excesos de los pecadores en la Tierra se castiga violentamente, sin piedad, en el Infierno pintado al óleo en la tabla derecha. Un vigoroso incendio arrasa una ciudad en la parte superior, lo que podría tratarse de una visión que tuvo El Bosco de su ciudad natal ardiendo. En esta visión apocalíptica todos los pecados tienen su castigo, como los avaros que son devorados y defecados por un demonio azul con cabeza de pájaro o los envidiosos que se hunden en el agua helada. Un lujurioso hombre desnudo toma consciencia del pecado que cometió en vida mientras un cerdo vestido de monja lo besa, y frente a ellos los condenados por los vicios del juego se retuercen sin orden ni concierto.

Los instrumentos musicales, con los que en vida se tocaron canciones profanas, son ahora instrumentos de tortura, que atormentan, aplastan y crucifican a esos músicos incitadores al pecado. Por último, el punto focal nos centra la mirada sobre el hombre-árbol, en el que los condenados por gula esperan que se les sirvan para comer sapos y otros animales inmundos.

Los cuadros del Bosco no tienen pareja ni parecido en el arte. Sus mundos los pueblan entes sin razón ni moral, que no dejan espacio ni a un solo metro cuadrado enteramente libre de mal, enteramente disponible para el idilio.

El pintor centró su razonamiento en que la humanidad sufre una exaltación extrema de vicios y pasiones, sin darse siquiera cuenta (inocentes infelices) de su triste condición de efímeros mortales. Que no tienen salvación esas descarriadas y lujuriosas almas, pensaría El Bosco, que plasmó con su pincel el delirante y terrorífico aspecto que tendrá el infierno, un infierno que se adelantó algunos cientos de años a toda la corriente del Surrealismo.

Este artículo me gustaría dedicarlo a mi amigo Lukake, gran seguidor de Hermes Historia.