Introducción a Murillo

En una España económicamente arruinada, políticamente inestable y asolada por problemas sociales, emergió como un ave fénix el arte de un maestro cuya misión fue la de moldear la realidad hacia formas más suaves, más amables, más infantiles. En definitiva, esperanzadoras.

Bartolomé Esteban Murillo nació en Sevilla en 1617 en el seno de una familia acomodada, siendo el menor de 14 hermanos. Su vida se vio truncada desde joven al asistir al fallecimiento consecutivo de sus padres, en 1627 y 1628, dejándolo en la orfandad y a merced de su hermana Ana y el marido de ésta, quienes le proporcionaron una buena vida.

Su vida se vio marcada por la situación que le tocó vivir y así, España estaba sufriendo un momento de decaimiento a todos los niveles que dejó a la mayoría de su población en una situación de desamparo. Además, Sevilla se vio asolada por una peste, que mermó la población a la mitad.

Es por esto que la Iglesia y otros sectores pudientes (como mercaderes o artesanos) decidieron profesar la Caridad y ayudar a sus conciudadanos a salir adelante. Esta Caridad adoptó muchas formas, y una de ellas fue erigirse como catalizador de un proceso de creación artística muy centrado en lo religioso.

San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres

En este momento se va formando la maestría de Murillo, en cuyas figuras celestiales, compasivas y acogedoras, la gente encontraba un refugio reservado en exclusiva a la religiosidad, donde personajes divinos eran portadores de esperanza y calma. Su formación artística comenzó de la mano de Juan del Castillo, artista de poco renombre pero familiar cercano, que lo formó en el arte de transmitir afabilidad y expresividad en sus personajes.

Fue de los pocos artistas a lo largo de la historia que pudo vivir de su obra, pues gozó de prestigio y reconocimiento a lo largo de su vida y no tan solo a posteriori. Y es que el hispalense, gracias a este reconocimiento promovió la creación, en 1660 de una academia de pintura donde instruir a jóvenes artistas.

La Inmaculada del Escorial

En cuanto a su formación, si bien no abandonó por mucho tiempo su amada ciudad, realizó pequeños viajes, entre ellos a la Corte madrileña, donde se puso en contacto con artistas de la talla de Velázquez y Zurbarán, de quienes aprendió diversos elementos como la fuerza y solemnidad de sus figuras.

Su evolución pictórica se califica en tres periodos; «frío», «cálido» y «vaporoso», si bien todos ellos reflejan el patrón misericordioso y amable de sus personajes. Capaz de humanizar a sus pinturas debido a su cariz de perfecto observador de la vida cotidiana, tomó como modelo a sus conciudadanos. En ellos veía misericordia y caridad, lo que reflejó en figuras afables y comprensivas en lugar de una religiosidad ortodoxa preponderante hasta el cambio artístico de ese momento materializado en el Barroco.

Destaca su innovación a la hora de transformar escenas costumbristas en escenas religiosas, y es que casi todas sus obras estaban inspiradas por escenas cotidianas. Encontramos a los niños como protagonistas de muchas de ellas, pues despertaban un sentido de protección y familiaridad entre los espectadores.

La Sagrada Familia del Pajarito

Lo más destacable del autor es, que pese a la miseria imperante en su tiempo, fue capaz de proponer una religiosidad vitalista, donde sus cuadros irradiaban esperanza y bondad, además de un optimismo contagioso.

Casi toda su obra tuvo lugar en su ciudad, llevando a cabo proyectos para la iglesia de Santa María la Blanca o la decoración de la Sala Capitular de la Catedral de Sevilla, aunque su culminación se produjo al decorar enteramente la Iglesia de los Capuchinos, también en Sevilla.

Desgraciadamente, sufrimos varios expolios de sus obras; el primero producto de la situación económica debilitada, que llegó a su fin gracias al Ministro Floridablanca y, sobre todo, a la monarca consorte Isabel de Farnesio, y otro posterior con el Mariscal Soult en la invasión napoleónica, que quiso crear un museo napoleónico con muestras de todo el mundo. Algunos de sus cuadros se recuperaron, pero casi todos fueron posteriormente vendidos por los herederos del Mariscal, y hoy se encuentran en la sala de Pinturas Españolas del Louvre.

En 1882 podemos decir que la fama del pintor llega a su punto álgido, declarándosele el más popular de los pintores españoles. Pese a que hoy le han ganado terreno otros maestros de talla mundial (El Greco, Ribera, Velázquez) Murillo sigue siendo ese lienzo amable al que agarrarnos cuando todo va mal, ese modesto óleo con el que conmovernos y esa cara de niño con la que sonreírnos.